• La novia del conejo

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un pequeño jardín, donde crecían las coles más verdes y crujientes que puedas imaginar, vivía una niña con su mamá. Un día, la mamá vio una liebre picoteando sus queridas coles.
    "¡Hija!", exclamó, "¡Ve y dile a esa liebre que se vaya de nuestro huerto!"

    La niña corrió al jardín y le dijo a la liebre: "¡Liebre, liebre, vete de aquí! ¡No te comas nuestras coles!"
    La liebre, con sus largas orejas, la miró y ¡zas!, se fue saltando.

    Pero al poco rato, la liebre volvió. "¡Hija, otra vez esa liebre!", dijo la mamá. "¡Ve a echarla!"
    La niña fue de nuevo: "¡Liebre traviesa, te dije que te fueras!"
    La liebre dio un saltito y desapareció entre los arbustos.

    ¡Pero qué liebre tan persistente! ¡Volvió una tercera vez! La mamá, ya un poco impaciente, envió a la niña.
    Esta vez, cuando la niña se acercó, la liebre no huyó. Se sentó sobre sus patas traseras y le dijo con una vocecita: "Niña bonita, siéntate en mi colita y ven conmigo a mi casita de liebre."
    La niña pensó que era una idea muy extraña y dijo: "¡No, gracias, señor Liebre!" y corrió a casa.

    Cuando la niña le contó a su mamá, la mamá, en vez de alegrarse, dijo: "¡Pero hija! ¡Deberías haber ido! Una liebre que te invita a su casa es algo especial. La próxima vez, si te lo pide, ve."

    Pasaron unos días, y la liebre no volvió. La niña casi se había olvidado, pero su mamá no. Cuando la liebre finalmente apareció de nuevo en el huerto y repitió su invitación: "Niña bonita, siéntate en mi colita y ven conmigo a mi casita de liebre," la niña, recordando las palabras de su mamá, aceptó con un poco de nervios.

    Se sentó con cuidado en la suave cola de la liebre, y ¡hop!, salieron disparados hacia el bosque.
    La casita de la liebre era un agujero cómodo bajo un gran roble. Dentro, la liebre empezó a preparar una fiesta. "Hoy es nuestra boda," le dijo a la niña, que se sorprendió mucho.
    La liebre cocinaba hierbas y zanahorias, y puso una mesa con hojas grandes como platos.

    Pronto llegaron los invitados: muchas otras liebres, un zorro astuto que haría de cura, y un cuervo parlanchín que sería el sacristán. Había un altar hecho de musgo bajo un arcoíris que justo aparecía entre los árboles.

    La niña no quería casarse con una liebre. Estaba muy triste y extrañaba su casa. Mientras la liebre estaba ocupada saludando a sus amigos, la niña tuvo una idea.
    Hizo una muñeca de paja del tamaño de ella. Le puso su propio vestido y su sombrero, y la sentó junto a la ventana, como si estuviera mirando hacia afuera.

    Luego, con mucho cuidado y sin hacer ruido, salió por la puerta trasera de la casita y corrió tan rápido como pudo hacia su hogar.

    Mientras tanto, en la fiesta, la liebre llamó: "¡Novia mía, ven, la comida está lista!"
    Como la muñeca de paja no respondía, la liebre se acercó. "¿Estás enfadada?" preguntó. Silencio.
    La liebre, pensando que la niña no le hacía caso, se enfadó un poquito y le dio un golpecito en el hombro. ¡Plaf! La muñeca de paja se desmoronó.
    La liebre se dio cuenta de que lo habían engañado. "¡Oh, no!", exclamó. Miró a su alrededor, pero la niña ya estaba muy lejos.

    La niña llegó a su casa, jadeando pero feliz de estar de vuelta con su mamá. Le contó todo, y esta vez, la mamá la abrazó fuerte, contenta de tenerla a salvo.
    Y la liebre, bueno, se quedó un poco triste en su casita del bosque, con su fiesta de bodas arruinada, aprendiendo que no puedes obligar a nadie a casarse contigo, ¡ni siquiera si eres una liebre muy simpática con una cola suave!

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