• La Mochila, el Sombrero y el Cuerno

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un rincón del mundo, donde los caminos se cruzan y las aventuras esperan, vivían tres hermanos. No es que nadaran en monedas de oro, ¡pero sí tenían corazones llenos de ganas de explorar! Un buen día, el hermano mayor dijo: "¡Hermanos! Estoy un poco cansado de la sopa de verduras de mamá. ¿Qué tal si salimos a ver qué nos ofrece el mundo?"

    Sus hermanos, el mediano y el pequeño, estuvieron de acuerdo enseguida. Así que prepararon sus cosas, se despidieron de su mamá y ¡a la aventura!

    El hermano mayor caminó y caminó, y en un sendero solitario se encontró con un viejecito amable que llevaba una mochila algo desgastada. El viejecito, al ver al muchacho, le ofreció la mochila. "Si le das tres golpecitos suaves," le explicó con una sonrisa, "aparecerán soldados valientes, listos para lo que les pidas." ¡Qué maravilla! El hermano mayor aceptó encantado.

    El hermano mediano, por otro camino, conoció a una señora que vendía sombreros curiosos. Ella le ofreció uno que parecía normalito. "Pero si lo giras tres veces sobre tu cabeza," le susurró, "¡aparecerán cañones grandes y relucientes!" El hermano mediano pensó que sería muy útil y se quedó con el sombrero.

    Y el hermano pequeño, el más joven y a veces el más despistado, ¡casi se tropieza con un duende que descansaba bajo un hongo! El duende, en lugar de enfadarse, le regaló una corneta de caza. "Si la soplas con fuerza," le dijo el duende guiñando un ojo, "¡hasta la muralla más fuerte se caerá a pedacitos!" El hermano pequeño agradeció el regalo y guardó bien la corneta.

    Los tres hermanos, cada uno con su nuevo tesoro, se encontraron en una posada. ¡Qué caras pusieron cuando se contaron sus aventuras y mostraron sus objetos mágicos! Decidieron viajar juntos, ¡porque tres magias son mejor que una!

    Llegaron a un reino donde el rey estaba muy, muy preocupado. Unos vecinos muy gruñones querían quitarle su castillo y sus tierras. Los hermanos se presentaron ante el rey. "Majestad," dijo el mayor, "hemos oído que tiene problemas. Quizás podamos ayudarle." El rey, al verlos tan jóvenes, dudó un poco, pero como estaba desesperado, aceptó. "Si me ayudan," dijo el rey, "les daré una gran recompensa y la mano de mi hija, la princesa Lila, que era tan bonita como una flor."

    Cuando los vecinos gruñones atacaron con sus espadas y escudos, el hermano mayor dio tres golpecitos a su mochila: ¡ZAS, ZAS, ZAS! Y un montón de soldados valientes aparecieron y defendieron el castillo.
    Los gruñones trajeron entonces catapultas. ¡Pero el hermano mediano giró su sombrero tres veces! ¡PUM, PUM, PUM! Y aparecieron cañones que hicieron huir a las catapultas.
    Finalmente, los enemigos se escondieron detrás de una muralla enorme que habían construido rápidamente. "¡Ahora es mi turno!" dijo el hermano pequeño. Tomó su corneta y sopló: ¡FUUUUUUUUU! La muralla tembló y ¡CRASH! se vino abajo como si fuera de galleta.
    Los vecinos gruñones, al ver tanto poder, salieron corriendo y prometieron no molestar nunca más.

    El rey estaba feliz, ¡pero también un poquito nervioso! "Estos hermanos son muy poderosos," pensó. "¿Y si un día usan su magia contra mí?" Así que, en lugar de darles la recompensa enseguida, los invitó a una gran fiesta, planeando quitarles sus objetos mientras dormían.

    Pero la princesa Lila, que era lista además de bonita, escuchó el plan de su padre y, como le gustaban los hermanos por su valentía, les avisó en secreto.
    Así que, cuando el rey les ofreció una bebida para hacerlos dormir, los hermanos fingieron beberla y luego roncaron como si estuvieran en el sueño más profundo.
    Cuando los sirvientes del rey entraron de puntillas para robar la mochila, el sombrero y la corneta, ¡los hermanos saltaron de sus camas!

    El hermano mayor tocó su mochila: ¡ZAS! Unos cuantos soldados aparecieron y rodearon al rey (sin hacerle daño, claro).
    El hermano mediano giró su sombrero: ¡PUM! Un cañón (de juguete, para no asustar) apuntó hacia el techo.
    El rey se puso blanco como la leche. "¡Ay, ay, ay! ¡Perdónenme! ¡Fue una mala idea!"

    Los hermanos sonrieron. No querían el reino para ellos solos, solo querían lo prometido y que todos vivieran en paz.
    El rey, avergonzado, cumplió su palabra. El hermano mayor se casó con la princesa Lila, que estaba muy contenta.
    Y los tres hermanos se quedaron en el reino, usando sus regalos mágicos para hacer cosas buenas: los soldados ayudaban a construir puentes, los cañones disparaban fuegos artificiales en las fiestas, y la corneta solo se usaba para llamar a comer cuando la sopa estaba lista.

    Y así, todos vivieron felices y comieron muchas perdices (¡y no solo sopa de verduras!).

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