Blancanieves
Cuentos de los Hermanos Grimm
Imaginen un invierno tan blanco como el algodón, donde los copos de nieve caían suaves y silenciosos. En un castillo grande, una reina cosía junto a una ventana con marco de ébano negro. Mientras miraba la nieve, se pinchó un dedo con la aguja y tres gotitas de sangre cayeron sobre el blanco manto. "¡Ay!", pensó, "¡Cómo me gustaría tener una hijita con la piel blanca como la nieve, los labios rojos como la sangre y el cabello negro como el ébano de esta ventana!".
Poco tiempo después, su deseo se hizo realidad y tuvo una niña exactamente así. La llamaron Blancanieves. Pero, qué tristeza, la buena reina murió al poco tiempo. El rey, sintiéndose solo, se casó de nuevo. Su nueva esposa era bellísima, pero ¡ay! también muy vanidosa y un poquito bruja. Tenía un espejo mágico al que le preguntaba cada día:
"Espejito, espejito en la pared, ¿quién es la más bella de este reino, eh?"
Y el espejo siempre respondía:
"Tú, mi reina, eres la más bella de todas."
Y ella se ponía contentísima.
Pero Blancanieves crecía y cada día se volvía más y más hermosa. Un día, la reina preguntó a su espejo como de costumbre, y el espejo contestó:
"Reina, tú eres bella, es verdad, pero Blancanieves es mil veces más."
¡La reina se puso verde de envidia! Su corazón se llenó de celos y odio hacia la pobre Blancanieves. Llamó a un cazador y le ordenó: "Lleva a Blancanieves al bosque, muy lejos, y asegúrate de que no vuelva. Como prueba, tráeme su corazón."
El cazador, aunque temía a la reina, sintió mucha pena por Blancanieves. Cuando llegaron al bosque, la niña, al ver que el cazador sacaba su cuchillo, se echó a llorar: "¡Ay, buen cazador, déjame vivir! Correré por el bosque y nunca más volveré al castillo."
El cazador, conmovido, pensó: "Pobrecita, de todas formas, las fieras del bosque la devorarán". Así que la dejó ir y, para engañar a la reina, cazó un jabalí joven y le llevó su corazón a la malvada madrastra.
Blancanieves corrió y corrió por el bosque, asustada. Los árboles parecían gigantes con brazos largos y las sombras la perseguían. Finalmente, cuando ya no podía más, encontró una casita diminuta. ¡Qué casita tan pequeña y curiosa! Llamó a la puerta, pero nadie respondió. Entró con cuidado. Dentro, todo era chiquitito: una mesita con siete platitos, siete vasitos y, junto a la pared, siete camitas. Como tenía mucha hambre y sed, probó un poquito de comida y bebida de cada plato y vaso, para no dejar a ninguno sin nada. Luego, intentó acostarse en las camitas, pero todas eran muy pequeñas, hasta que la séptima le quedó bien y se durmió profundamente.
Al anochecer, llegaron los dueños de la casa: ¡siete enanitos! Eran mineros que trabajaban todo el día buscando oro en las montañas. Al entrar, se sorprendieron:
"¡Oh! ¿Quién ha tocado mis cositas?", dijo el primero.
"¿Quién ha comido de mi platito?", dijo el segundo.
Y así todos, hasta que el séptimo, al mirar su cama, vio a Blancanieves durmiendo.
"¡Miren, miren!", susurró. "¡Qué niña tan bonita!"
Todos se acercaron con sus lamparitas y la admiraron. Decidieron no despertarla.
A la mañana siguiente, Blancanieves se despertó y ¡qué susto se llevó al ver a los siete enanitos! Pero ellos fueron muy amables. Le preguntaron quién era y ella les contó su triste historia. Los enanitos sintieron pena y le dijeron:
"Si quieres cuidar nuestra casa, cocinar, limpiar y coser, puedes quedarte con nosotros. Te protegeremos."
"¡Claro que sí!", dijo Blancanieves feliz. "¡Trato hecho!"
Y así, Blancanieves se quedó a vivir con los enanitos. Por la mañana, ellos se iban a la mina y ella se quedaba arreglando la casa. Antes de irse, siempre le advertían: "¡Ten cuidado! No abras la puerta a nadie, tu madrastra podría descubrir que estás viva."
Mientras tanto, en el castillo, la reina creía que era la más bella. Volvió a preguntar a su espejo:
"Espejito, espejito en la pared, ¿quién es la más bella de este reino, eh?"
Y el espejo respondió:
"Reina, aquí eres la más bella, sí, pero Blancanieves, allá en las montañas, con los siete enanitos, es mil veces más."
¡La reina se puso furiosa! Sabía que el cazador la había engañado. Decidió encargarse ella misma. Se disfrazó de viejecita vendedora y llenó una cesta con cintas de colores. Cruzó las siete montañas hasta llegar a la casa de los enanitos.
"¡Cintas bonitas, cintas de colores!", gritó.
Blancanieves se asomó por la ventana. "Buenos días, buena mujer, ¿qué vende usted?"
"Cintas preciosas, mira esta qué bien te quedaría", dijo la vieja, mostrándole una cinta de seda brillante.
Blancanieves, pensando que no había peligro, la dejó pasar. La vieja le ofreció atarle la cinta nueva en el vestido, pero la apretó tanto, tanto, que Blancanieves no pudo respirar y cayó al suelo como si estuviera muerta. "¡Ahora sí soy la más bella!", exclamó la reina y se fue.
Cuando los enanitos volvieron, encontraron a Blancanieves en el suelo. ¡Qué susto! Rápidamente vieron la cinta apretada y la cortaron. Blancanieves respiró hondo y poco a poco volvió en sí. Les contó lo ocurrido y los enanitos le advirtieron con más seriedad: "¡Esa era tu madrastra! ¡No abras la puerta a nadie, por favor!"
La reina, al llegar a palacio, corrió al espejo:
"Espejito, espejito en la pared, ¿quién es la más bella de este reino, eh?"
Y el espejo contestó de nuevo:
"Reina, aquí eres la más bella, sí, pero Blancanieves, allá en las montañas, con los siete enanitos, es mil veces más."
¡La reina temblaba de rabia! Esta vez, preparó un peine envenenado. Se disfrazó de otra anciana diferente y volvió a la cabaña.
"¡Peines mágicos, peines que desenredan!", ofreció.
Blancanieves, aunque recordaba la advertencia, se dejó engañar por la apariencia inofensiva del peine. La vieja le pasó el peine por el cabello y, al instante, el veneno hizo efecto y Blancanieves cayó sin sentido.
Al llegar los enanitos, encontraron el peine en su cabello. Lo quitaron rápidamente y Blancanieves se recuperó. ¡Estaban muy preocupados!
La reina, en su castillo, no podía creer lo que el espejo le decía por tercera vez: Blancanieves seguía viva y siendo la más bella. "¡Ahora sí que no fallaré!", pensó, ¡que echaba chispas de furia! Preparó su plan más malvado. Fabricó una manzana hermosísima: una mitad era roja y apetitosa, y la otra mitad, blanca. La mitad roja estaba envenenada.
Se disfrazó de campesina y fue a la cabaña.
"Manzanas dulces, ¡las mejores del huerto!", ofreció.
Blancanieves dijo: "No puedo abrir a nadie".
"No temas, hijita", dijo la falsa campesina. "Mira, para que veas que no tiene nada, yo morderé la parte blanca y tú la roja".
Partió la manzana y mordió la parte blanca, que no tenía veneno. Blancanieves, al verla tan roja y apetitosa, y viendo que la mujer comía sin problemas, tomó la manzana y le dio un mordisco a la parte roja. Apenas la probó, cayó al suelo como muerta.
La reina rio con maldad: "¡Blanca como la nieve, roja como la sangre, negra como el ébano! ¡Esta vez los enanos no podrán despertarte!". Y huyó.
Cuando los enanitos llegaron, encontraron a Blancanieves sin respirar. Lloraron muchísimo. Intentaron todo, pero no pudieron revivirla. "Está muerta", dijeron con tristeza. Como era tan hermosa, no quisieron enterrarla bajo tierra. Construyeron un ataúd de cristal, para poder verla siempre, y escribieron su nombre con letras de oro. La llevaron a la cima de una montaña.
Un día, un príncipe que cabalgaba por el bosque vio el ataúd de cristal. Se acercó y leyó la inscripción. Al ver a Blancanieves, tan bella incluso dormida, se enamoró de ella.
"Por favor, enanitos", rogó, "déjenme llevarme el ataúd. No podría vivir sin verla. La cuidaré como mi tesoro más preciado."
Los enanitos, al ver su tristeza, sintieron pena y accedieron.
El príncipe ordenó a sus sirvientes que llevaran el ataúd con mucho cuidado. Pero uno de los sirvientes tropezó con una raíz. ¡Zas! El ataúd se sacudió con fuerza y el trozo de manzana envenenada que Blancanieves tenía en la garganta salió despedido.
Blancanieves abrió los ojos, se incorporó y dijo: "¿Dónde estoy?".
¡Estaba viva! El príncipe, loco de alegría, le contó todo. Blancanieves también se enamoró de él.
Poco después, se celebró una gran boda. Invitaron a reyes y reinas de todos los reinos, ¡incluso a la malvada madrastra de Blancanieves! Antes de ir, la reina preguntó a su espejo:
"Espejito, espejito en la pared, ¿quién es la más bella de este reino, eh?"
Y el espejo respondió:
"Tú, mi reina, eres bella, es verdad, pero la joven reina es mil veces más."
¡La reina no lo podía creer! Decidió ir a la boda para ver quién era esa joven reina tan bella. Al llegar y ver que era Blancanieves, se quedó paralizada de terror y rabia.
Como castigo por su maldad, le hicieron bailar con unos zapatos de hierro calentados al rojo vivo hasta que... bueno, ya no pudo bailar más.
Blancanieves y el príncipe vivieron felices para siempre, y los siete enanitos los visitaban a menudo en su castillo.
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