Pedro el Afortunado
Cuentos de Andersen
En la casa más humilde de un pueblito encantador, nació un bebé muy especial. Lo llamaron Pedro, y ¡vaya sorpresa!, vino al mundo con una pequeña telita en la cabeza, como un gorrito mágico. La abuela dijo: "¡Este niño tendrá mucha suerte! Es una cofia de la fortuna".
Pedro creció siendo un niño alegre y lleno de vida. Su familia, aunque no tenía mucho dinero, le daba todo el amor del mundo. Un día, cuando Pedro ya era un jovencito, sus padres le dijeron: "Hijo, tienes un don especial. Ve a la gran ciudad y muestra al mundo lo que vales".
Y así lo hizo Pedro. En la ciudad, descubrió que podía cantar canciones que hacían sonreír a la gente, bailar con tanta gracia que parecía flotar, y actuar en el teatro haciendo reír y llorar a todos. ¡Pronto, todo el mundo hablaba de "Pedro el Afortunado"! Tenía ropas elegantes, una casa grande y muchos admiradores.
Un día, conoció a una princesa bellísima, con ojos como estrellas. Pedro se sintió el hombre más importante del mundo. Pero, ¡ay!, tanta fama y atención hicieron que Pedro se volviera un poco presumido. Empezó a olvidar a su familia y los días sencillos en su pueblo. Ya no agradecía tanto su buena suerte.
Y como si la magia de su cofia de la fortuna se estuviera gastando, las cosas empezaron a cambiar. Un día, su voz no sonó tan clara. Otro día, sus pasos de baile se volvieron torpes. El público ya no aplaudía con tanto entusiasmo. La princesa, al ver que su estrella se apagaba, también se alejó.
Pedro se encontró solo y sin nada de lo que antes presumía. Con el corazón encogido, decidió volver a su hogar. Caminó y caminó, sintiéndose muy triste y arrepentido por haberse olvidado de lo importante.
Cuando llegó a su pueblito, ¡qué sorpresa! Su familia lo recibió con los brazos abiertos y una gran sonrisa. Nadie le reprochó nada. Pedro volvió a trabajar en el campo, a cantar para sus amigos y a disfrutar de las pequeñas cosas: el calor del sol, una comida en familia, la risa de los niños.
Descubrió que la verdadera suerte no estaba en ser famoso o rico, sino en tener amor, ser humilde y valorar lo que se tiene. Y así, Pedro, sin necesidad de cofias mágicas, fue feliz de verdad, para siempre.
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