• El Viento y el Letrero

    Cuentos de Andersen
    En una calle muy animada, donde siempre había gente yendo y viniendo, había muchas tiendas, cada una con su propio letrero colgado afuera. Y vaya si esos letreros eran orgullosos.

    "Yo soy el más importante," decía el letrero del barbero, que mostraba una cara afeitada y sonriente. "¡Sin mí, todos andarían con barbas largas y despeinados!"

    "¡Qué va!" respondía el letrero del tintorero, con sus telas de colores brillantes. "Yo doy color a la vida. ¡Sin mis tintes, todo sería gris y aburrido!"

    "Pues yo visto a la gente," presumía el letrero del sastre, con un elegante traje dibujado. "La elegancia es lo primero, y eso lo consigo yo."

    "¡Ja! Pero cuando tienen hambre y sed, ¿a dónde van?" se reía el letrero de la posada, con una jarra espumosa. "¡A mi posada, claro!"

    Incluso el letrero del maestro de escuela, que tenía un libro abierto, decía con seriedad: "El conocimiento es poder. Yo les enseño a leer y escribir. ¡Eso es lo más valioso!"

    Así pasaban los días, con los letreros discutiendo sobre quién era el mejor.

    Pero un día, llegó Don Viento Furioso. No era un viento cualquiera, ¡era un vendaval travieso! Sopló y sopló con todas sus fuerzas por la calle. ¡Uuuuuuh! ¡Uuuuuuh! hacía el viento, y los letreros empezaron a temblar.

    "¡A ver, a ver, presumidos!" parecía gritar el viento mientras silbaba entre ellos. "¡Vamos a jugar un poco!"

    Y ¡zas! Arrancó el letrero del barbero y lo puso encima del de la posada. Ahora la posada ofrecía "Afeitados y Cerveza Fresca". ¡Qué combinación tan extraña!

    El letrero del tintorero voló hasta la escuela, y la escuela de repente anunciaba: "Clases de Teñido de Telas". Los niños se reirían al ver eso.

    El del sastre acabó en la barbería, que ahora parecía vender "Trajes a Medida y Cortes de Pelo".

    ¡Qué lío! Los letreros estaban todos mezclados y decían cosas muy graciosas. El letrero del maestro de escuela terminó colgado en la tienda de comestibles, que ahora parecía ofrecer "Lecciones de Gramática con Pan Fresco".

    Por allí pasaba un joven estudiante al que le encantaba dibujar. Al ver el desastre de los letreros, no pudo evitar sonreír. "¡Qué divertido!" pensó. "Parece que el viento les ha dado una lección de humildad y ha creado un nuevo tipo de arte callejero."

    Sacó su cuaderno y empezó a dibujar la escena: el letrero del barbero sobre la posada, el del tintorero en la escuela... todo el caos organizado por el viento. Le pareció la cosa más original que había visto.

    Cuando la tormenta pasó y Don Viento Furioso se fue a molestar a otra ciudad, los dueños de las tiendas salieron. ¡Menuda sorpresa se llevaron! Con mucho esfuerzo y alguna que otra escalera, volvieron a colocar cada letrero en su sitio.

    Los letreros, un poco avergonzados y magullados por el viento, ya no presumían tanto. Quizás habían aprendido que no eran tan importantes por sí solos.

    Pero el joven estudiante guardó su dibujo. Más tarde, pintó un cuadro grande y colorido de aquella calle ventosa con los letreros bailarines y mezclados. El cuadro se hizo famoso, y la gente decía que mostraba cómo, a veces, un poco de desorden puede ser muy creativo y enseñarnos a no tomarnos tan en serio.

    Y así, gracias a Don Viento Furioso, todos aprendieron algo nuevo ese día, y los letreros, bueno, ellos aprendieron a ser un poquito más humildes cuando soplaba el viento.

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