• Los cisnes salvajes

    Cuentos de Andersen
    En un país lejano, donde los castillos se alzaban hasta tocar casi las nubes, vivía un rey muy bueno. Este rey tenía once hijos príncipes, valientes y juguetones, y una sola hija, la princesa Elisa, que era tan dulce como una flor. Todos vivían muy felices en el gran palacio.

    Pero un día, el rey decidió casarse de nuevo, y ¡ay!, la nueva reina tenía un corazón frío como el hielo y no quería para nada a los niños. Era, en secreto, una bruja malvada.

    Intentó hacerles daño. A los príncipes quiso convertirlos en sapos feos, ¡pero eran tan buenos y puros que el hechizo no funcionó del todo! Así que, con mucha rabia, los transformó en once hermosos cisnes salvajes y, con un gesto de su mano, les ordenó volar lejos, muy lejos, sin poder decir ni una palabra.

    Con Elisa fue diferente. La reina malvada intentó ensuciarla con jugos oscuros de nueces y poner sapos en su bañera para que el rey la viera fea y sucia. Pero Elisa era tan pura que nada malo se le pegaba; al contrario, las flores que tocaba se volvían más brillantes. Aun así, la reina engañó al rey, haciéndole creer cosas horribles de Elisa. El rey, muy triste y confundido, no reconoció la bondad de su hija y la envió fuera del castillo.

    Pobre Elisa, caminó y caminó por bosques oscuros y campos solitarios, buscando a sus queridos hermanos. Un día, junto al mar, vio volar once cisnes blancos como la nieve, con coronitas de oro en la cabeza. ¡Eran ellos! Por la noche, cuando el sol se escondía, los cisnes se convertían de nuevo en príncipes. ¡Qué alegría volver a verse, aunque fuera por unas pocas horas!

    Los hermanos le contaron que debían volar como cisnes todo el día y solo recuperaban su forma humana por la noche. Elisa lloró mucho, pero estaba decidida a ayudarlos.

    Una noche, Elisa soñó con un hada buena (o quizás fue una anciana sabia que encontró en el bosque, ¡los cuentos a veces cambian un poquito!) que le dijo cómo salvarlos: "Debes recoger ortigas, esas plantas que pican mucho, en los cementerios o cerca de las iglesias. Con tus pies descalzos debes pisarlas para ablandarlas, luego hilar sus fibras verdes y tejer con ellas once camisas. Cuando las camisas estén listas y se las pongas a tus hermanos, volverán a ser príncipes. Pero lo más difícil es que no podrás decir ni una sola palabra desde que empieces tu tarea hasta que la termines, ni una risa, ni un lamento. Si hablas, tus hermanos morirán".

    Elisa, aunque asustada por el dolor y el silencio, era muy valiente y amaba mucho a sus hermanos. Empezó su difícil tarea. Sus manos y pies sangraban por las picaduras de las ortigas, pero ella seguía trabajando en silencio.

    Un día, mientras recogía ortigas con las manos y los pies doloridos, un joven rey que cazaba por allí la vio. Aunque Elisa no hablaba y sus ropas estaban rasgadas y sus manos lastimadas, el rey vio su increíble belleza, su tristeza y su bondad en sus ojos, y se enamoró de ella. La llevó a su castillo y, a pesar de su silencio, quiso casarse con ella porque sentía que era una persona muy especial.

    Pero un consejero del rey, un arzobispo muy serio y desconfiado, pensó que Elisa era una bruja. ¡Recoger ortigas en cementerios y no hablar! ¡Qué sospechoso! Elisa seguía tejiendo sin parar en su habitación del castillo, día y noche. Cuando se le acabaron las ortigas, tuvo que ir a buscarlas al cementerio del pueblo por la noche. El arzobispo la vio y corrió a decirle al rey que su prometida era una bruja malvada.

    El rey, con el corazón roto, tuvo que escuchar a su consejero. ¡Pobre Elisa, fue condenada a morir en la hoguera por brujería!

    Camino al lugar donde la iban a quemar, en una carreta, Elisa no soltaba su tejido. Llevaba consigo las camisas de ortigas. ¡Le faltaba terminar la última manga de la última camisa! La gente del pueblo la insultaba, pero ella seguía tejiendo, con lágrimas silenciosas rodando por sus mejillas.

    De repente, cuando ya estaban cerca de la hoguera, ¡zas! Once cisnes blancos bajaron volando del cielo. Eran sus hermanos. Aterrizaron alrededor de la carreta. Elisa, con todas sus fuerzas y esperanza, les lanzó las camisas de ortigas.

    ¡Magia! En cuanto las camisas tocaron a los cisnes, estos se transformaron en once príncipes guapos y fuertes. Bueno, al más joven le quedó un ala de cisne en lugar de un brazo, porque a su camisa le faltaba una manga. ¡Pero no importaba!

    Elisa por fin pudo hablar. "¡Soy inocente!", gritó. Y contó toda la verdad sobre la reina malvada, sus hermanos y las camisas de ortigas.
    El joven rey, al oír su dulce voz por primera vez y ver la transformación, se sintió muy arrepentido por haber dudado de ella y la abrazó con fuerza. La gente del pueblo también se dio cuenta de su error y pidió perdón.

    Y así, Elisa se casó con el rey bueno y vivieron felices para siempre. Sus hermanos se quedaron con ellos en el reino, y el príncipe con el ala de cisne fue siempre muy querido. ¿Y la reina malvada? Bueno, digamos que la magia de las ortigas, que era una magia de amor y sacrificio, hizo que su propia maldad se volviera contra ella y nunca más molestó a nadie. Y todos aprendieron que no hay que juzgar a nadie por las apariencias y que el amor verdadero puede superar cualquier dificultad.

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