El círculo solar
Cuentos de Andersen
En un lugar oscuro y frío, donde las paredes eran de piedra gris, vivía un hombre que se sentía muy solo. No veía el sol ni las estrellas, solo la sombra y el silencio.
Un día, ¡zas!, vio algo verde asomando por una rendija muy pequeña en la pared. ¡Era una plantita! Una florecita diminuta que quería crecer, buscando un poquito de luz. El hombre se acercó con cuidado y sonrió. ¡Qué sorpresa tan bonita!
Y entonces, ¡magia! Un rayito de sol, curioso y juguetón, se coló por la misma rendija. Era un rayito delgado y brillante, como un hilo de oro. "¡Hola!", pareció decir el rayito al iluminar la flor con su luz cálida. La florecita pareció estirarse un poquito, feliz de sentir el calor.
El hombre sonrió por primera vez en mucho, mucho tiempo. Cada día esperaba con ilusión la visita del rayito de sol. El rayito llegaba, saludaba a la flor y al hombre, y se quedaba un ratito, pintando de dorado un pedacito de la habitación. El hombre cuidaba la flor con el poquito de agua que tenía, y le hablaba al rayito, contándole cosas que recordaba de cuando era niño y jugaba bajo el sol grande y amarillo.
La flor crecía un poquito más cada día gracias al sol, y el hombre se sentía menos solo. El rayito era como un amigo dorado que le visitaba y le traía noticias del mundo de afuera: de los pájaros que cantaban y de las nubes que viajaban por el cielo.
Pero un día, la florecita empezó a ponerse triste. Sus hojitas se doblaron y su color se apagó un poco. El hombre se preocupó mucho. "¿Qué te pasa, amiguita?", le preguntaba.
El rayito de sol también lo vio. Se acercó a la flor y luego al hombre. "No te preocupes", le susurró el rayito de una forma que solo ellos entendían, sin palabras, solo con luz y calor. "Aunque la flor se vaya, yo puedo llevar lo mejor de ti, tu alegría y tus sueños, a un lugar lleno de luz y muchas, muchas flores".
El hombre entendió. Miró al rayito con gratitud.
Y así fue. Un día, el hombre cerró los ojos con una sonrisa tranquila, pensando en campos verdes y cielos azules. El rayito de sol envolvió su espíritu, como si fuera una mariposa ligera y brillante, y juntos salieron volando por la rendija, dejando atrás las paredes grises. Volaron alto, muy alto, hacia un lugar donde el sol siempre brillaba y las flores nunca dejaban de sonreír. Ya no estaba solo, y era libre de verdad, jugando para siempre con su amigo, el rayito de sol.
2089 Vistas