Cada cosa en su lugar
Cuentos de Andersen
En lo alto de una colina, donde el viento susurraba secretos a los árboles, se erguía una vieja y elegante casa. Dentro, cada cosa tenía su sitio especial, ¡y nadie se atrevía a cambiarlo de lugar! La casa pensaba que así todo estaba perfecto.
En un rincón un poco olvidado, charlaban una escoba con muchas historias y una escupidera de brillante latón.
"¡Qué bien se está aquí, cumpliendo nuestro deber!", decía la escoba.
"Cierto", respondía la escupidera, "nadie nos molesta y somos útiles a nuestra manera".
Pero en el salón principal, colgado con mucha pompa, había un retrato de un señor muy serio con una peluca blanca como la nieve. El retrato miraba a todos por encima del hombro.
"¡Qué gente tan simple!", pensaba el retrato con aires de grandeza. "Yo soy una obra de arte, ellos... bueno, ellos sirven para limpiar". Se sentía muy importante en su marco dorado.
Pero un buen día, ¡cataplún!, la vida en la casa dio un vuelco. La casa se vendió a una familia joven y llena de ideas nuevas.
"¡Vamos a modernizarlo todo!", exclamaron con entusiasmo. "¡Fuera lo viejo y que entre lo nuevo y brillante!"
Pintaron las paredes con colores vivos, pusieron muebles modernos y muchas de las cosas antiguas... ¡fueron a parar al jardín!
La pobre escoba y la escupidera terminaron en un montón junto a otros trastos.
"¡Ay, qué será de nosotras ahora!", suspiró la escoba.
"No lo sé, amiga", dijo la escupidera con tristeza, "pero al menos estamos juntas".
Justo entonces, el jardinero, un hombre amable con manos fuertes, las descubrió.
"¡Anda!", exclamó al ver la escoba. "Esta escoba me vendrá de perlas para barrer las hojas del sendero. ¡Todavía tiene mucha vida!"
Luego vio la escupidera. "Y esta pieza de latón... ¡qué maceta tan bonita y original será para mis geranios!"
Y así fue. La escoba se deslizó feliz barriendo hojas doradas y crujientes bajo el sol del otoño, sintiéndose más útil que nunca. La escupidera, limpia y reluciente, sonreía llena de flores rojas y alegres en el porche. ¡Habían encontrado un nuevo lugar donde ser felices y útiles!
¿Y qué pasó con el retrato del señor de la peluca?
Un señor que compraba cosas viejas se lo llevó por muy poco dinero. Acabó en el rincón oscuro y polvoriento de una tienda, rodeado de otros cuadros que nadie miraba.
Allí se quedó, sin que nadie admirara su peluca ni su gesto importante. El polvo lo cubría poco a poco, y ya no se sentía tan importante como antes. Quizás, solo quizás, empezó a pensar que estar en un sitio elegante no era lo único que importaba.
Y es que, a veces, las cosas más sencillas encuentran la felicidad en los lugares más inesperados, demostrando que cada uno puede encontrar su sitio especial en el mundo, ¡aunque no sea el que imaginaba al principio! Y con un poquito de magia y otro de alegría, este cuento llegó a su fin, ¡ojalá te haya gustado un montón!
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