• Una lágrima

    Cuentos de Andersen
    En una ciudad llena de gente que siempre iba de un lado para otro, vivía un abuelito muy listo llamado Don Anselmo. Don Anselmo no tenía un coche veloz ni un teléfono que hiciera mil cosas, pero tenía algo mucho más especial: ¡un tubo mágico! Bueno, en realidad se llamaba microscopio, y servía para ver las cosas chiquititas, chiquititas, ¡pero hechas enormes!

    Un día, su nieta Sofía, que era una niña con ojos curiosos como dos canicas brillantes, fue a visitarlo.
    "Abuelo," dijo Sofía, "¿qué vamos a descubrir hoy con tu tubo mágico?"
    Don Anselmo sonrió con picardía. "Hoy, Sofía, veremos un mundo entero en algo tan pequeño como una lágrima."
    Pero como nadie estaba llorando, Don Anselmo tomó con mucho cuidado una gotita de agua de un charco que había dejado la lluvia en el jardín. Era una gota normal, un poco sucia, nada especial a simple vista.

    "Mira por aquí," dijo Don Anselmo, colocando la gotita bajo su tubo mágico.
    Sofía acercó el ojo y… ¡Wow! Dentro de esa simple gota de agua había un montón de bichitos diminutos. ¡Parecían personajes de un cuento! Unos eran redonditos y daban vueltas como si estuvieran bailando en una fiesta. Otros eran alargados y se perseguían unos a otros, como jugando al escondite. Había unos con patitas que se movían muy rápido y otros que parecían tener pequeños cuernos y se daban empujoncitos, como si discutieran por quién era el más guapo de la gota.
    "¡Abuelo, esto es increíble!", exclamó Sofía. "¡Parece una ciudad de monstruitos simpáticos!"
    Algunos bichitos se inflaban como globos pequeños, queriendo ser los más grandes. Otros se deslizaban con elegancia, como si fueran reyes y reinas de su pequeño reino acuático. Era un espectáculo lleno de vida y movimiento.

    Entonces, Don Anselmo, con una aguja finísima, tocó la gota de agua con la puntita de un pétalo de rosa que tenía un color muy vivo. No añadió nada, solo la rozó.
    Sofía volvió a mirar. ¡Oh! Los bichitos ya no se empujaban tanto. Algunos de los que se inflaban se quedaron más tranquilos, y los que corrían empezaron a moverse más despacio, como si de repente se hubieran vuelto más amables unos con otros. La pequeña ciudad de la gota parecía más pacífica.
    "¿Ves, Sofía?", dijo Don Anselmo con una sonrisa. "A veces, hasta en el mundo más pequeño, un pequeño toque de algo bueno puede cambiar cómo se comportan todos. Y en cada pequeña cosa, como esta gota, hay un universo entero por descubrir si miramos con atención y curiosidad."
    Sofía se quedó pensando. Desde ese día, cada vez que veía una gota de agua, se imaginaba todas las aventuras que podrían estar sucediendo dentro.

    1459 Vistas