El libro de estampas sin estampas
Cuentos de Andersen
En lo más alto de una casa, donde los tejados casi tocaban las nubes, vivía un joven pintor. No tenía muchos amigos, pero cada noche recibía una visita muy especial: ¡la mismísima Luna!
La Luna, redonda y brillante, se asomaba por su ventana y le contaba historias de todo lo que veía desde el cielo. El pintor no tenía papel ni lápices de colores suficientes para dibujar todo lo que la Luna le contaba, pero escuchaba con atención, imaginando cada escena.
"Anoche", dijo la Luna con su voz suave como la seda, "estuve en la India. Vi a una niña pequeña junto a un río grande y ancho. Tenía una lamparita de barro con una flor dentro. La puso con cuidado en el agua y la vio alejarse flotando, como un pequeño sueño brillante que llevaba un deseo".
El pintor sonrió, imaginando a la niña y su lamparita.
"Otra noche", continuó la Luna, guiñando un ojo de plata, "pasé por un pueblito en las montañas. Un hombre llevaba un oso grande y peludo con una cadena. ¡Pobre oso, pensé! Pero luego, el oso se puso a bailar sobre sus patas traseras y los niños del pueblo, que al principio tenían un poco de miedo, empezaron a reír y a aplaudir. ¡Hasta el oso parecía sonreír un poquito!".
El pintor se rio suavemente.
"Y hace solo unas horas", susurró la Luna, "vi a una abuelita sentada en su mecedora. Miraba un retrato muy antiguo, de cuando ella era una joven con trenzas largas y ojos chispeantes como las estrellas. Suspiró un poquito, pero luego sonrió, porque los recuerdos bonitos son como tesoros que guardamos en el corazón".
El joven pintor escuchaba cada noche estas historias. No tenía pinturas para dibujarlas todas, pero las guardaba en su imaginación, como si la Luna le regalara un libro de imágenes invisibles, lleno de aventuras, sueños y personas de todo el mundo.
"También te vi a ti", dijo la Luna una noche. "Estabas mirando por la ventana, esperando mis historias. Y aunque a veces te sientes solo en tu pequeña habitación, recuerda que yo te veo, y que el mundo está lleno de maravillas, incluso en los rincones más inesperados".
Y así, noche tras noche, la Luna seguía su viaje por el cielo, compartiendo sus secretos con el pintor. Y aunque él seguía en su pequeña buhardilla, ya no se sentía tan solo, porque tenía a la Luna como amiga y un montón de cuentos maravillosos en la cabeza, un verdadero libro de imágenes sin dibujos, pero lleno de vida.
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