Las campanas de la iglesia
Cuentos de Andersen
En la gran ciudad, cuando el sol comenzaba a bostezar y a esconderse detrás de las colinas, a veces se oía un sonido muy especial. ¡Tin, tan, ton! Era como una campana, pero nadie sabía exactamente de dónde venía.
La gente decía: "¡Debe ser una campana nueva y maravillosa! ¡Vamos a buscarla!" Salían de la ciudad y se adentraban en el bosque grande que la rodeaba. Pero ¡ay! El bosque era un lugar lleno de sorpresas. Uno encontraba un puesto de limonada fresquita, otro se distraía con un vendedor de pasteles con mucha crema, y algunos se quedaban viendo a un titiritero muy divertido. Pronto, muchos se olvidaban de la campana y volvían a casa con las manos vacías, pero la barriga llena.
Pero el sonido seguía allí, especialmente los domingos. Un día, un grupo de niños y niñas que estaban a punto de hacer su confirmación, una fiesta importante en la iglesia, decidieron: "¡Nosotros encontraremos esa campana! Será nuestro regalo especial."
Entre ellos había un príncipe, con ropas muy bonitas y zapatos que brillaban. También iba un niño muy pobre, con pantalones remendados y unos zapatos viejos, pero con una sonrisa curiosa y ojos que brillaban más que los zapatos del príncipe.
El príncipe, acostumbrado a los caminos fáciles, tomó un sendero ancho y bien cuidado. "¡Qué flores tan hermosas!", exclamaba. "¡Y qué pájaros de colores!". Se detenía a oler una flor aquí, a escuchar un pájaro allá. El bosque era precioso, pero la campana parecía alejarse.
El niño pobre, en cambio, pensó: "La campana suena desde lo más profundo". Así que se metió por un camino estrecho y difícil, lleno de ramas que rasguñaban y piedras resbaladizas. A veces se caía, se sacudía el polvo y seguía adelante, siempre escuchando ese ¡tin, tan, ton!
Al atardecer, cuando el cielo se pintó de colores naranja, rosa y violeta, ¡qué sorpresa! El príncipe, que había dado muchas vueltas, y el niño pobre, que había subido con esfuerzo, llegaron casi al mismo tiempo a un claro en lo alto de una colina. Desde allí se veía el mar inmenso y brillante.
Y entonces, escucharon la campana más claramente que nunca. Pero no había ninguna iglesia, ninguna torre, ninguna campana de bronce.
¡El sonido era el bosque entero cantando! Era el viento que soplaba entre las hojas de los árboles como mil violines. Eran las olas del mar que rompían en la orilla como un gran tambor. Eran los pájaros que cantaban sus melodías más dulces. ¡Todo junto formaba la música más maravillosa!
El sol, justo antes de desaparecer, parecía un altar de oro gigante en el horizonte. El príncipe y el niño pobre se tomaron de la mano. No necesitaban palabras. Habían encontrado la iglesia más grande y hermosa de todas: la naturaleza misma, con su música divina.
Y así, comprendieron que la campana mágica no estaba hecha de metal, sino del amor y la belleza del mundo, sonando para todos aquellos que abren sus oídos y su corazón para escucharla.
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