El Cofre Volador
Cuentos de Andersen
Había un joven que tenía más monedas de oro que ideas en la cabeza. Su papá, un comerciante muy trabajador, le dejó toda su fortuna. Pero el joven gastó el dinero en fiestas, dulces y juguetes carísimos, ¡puf!, hasta que no le quedó ni una monedita.
Solo le quedaban una bata vieja, unas zapatillas y un baúl grande y vacío que un amigo le envió, pensando que podría guardar algo dentro. Un día, un poco triste y sin saber qué hacer, se metió dentro del baúl.
¡Y qué sorpresa! Apenas cerró la tapa, el baúl empezó a temblar y ¡zas!, salió volando por la ventana, ¡más alto que los pájaros!
Voló y voló hasta llegar a un país lejano, con torres altas y gente que usaba turbantes. Era el país de los turcos. Aterrizó con cuidado en el tejado del palacio, justo en la ventana de la habitación de una princesa.
La princesa estaba un poco aburrida porque siempre estaba sola en su torre. Le habían dicho que se casaría con alguien que pudiera volar. Cuando vio al joven salir del baúl, pensó que era un dios turco muy especial.
El joven, que era astuto, le dijo: "¡Sí, soy el dios de los cuentos! Y he venido a contarte historias maravillosas."
Y así lo hizo. Le contó cuentos de cerillas mágicas, de zapatillas bailarinas y de todo lo que se le ocurría. La princesa reía y aplaudía, y pronto se hicieron muy amigos, y luego, se enamoraron.
El Rey y la Reina estaban encantados. ¡Un dios volador para su hija! Prepararon una gran boda.
El joven quería que la boda fuera espectacular. "¡Tendremos fuegos artificiales!", pensó. "Los mejores del mundo." Así que se despidió de la princesa, se metió en su baúl mágico y voló a la ciudad a comprar cohetes y luces de colores.
Compró muchísimos fuegos artificiales. Tantos, que cuando los encendió todos a la vez para probarlos, ¡qué espectáculo! Pero ¡ay! Una chispita traviesa saltó y cayó justo sobre el baúl. El baúl, que era de madera vieja, se quemó y se convirtió en cenizas. ¡Puf! Desapareció.
Ahora el joven ya no podía volar. No podía volver con su princesa.
Caminó y caminó, contando sus historias a quien quisiera escucharlas, pero ya no eran tan alegres. Siempre recordaba a su princesa en la torre.
Y la princesa, en su ventana, miraba al cielo todos los días, esperando que su dios de los cuentos volviera volando. Pero él nunca pudo regresar.
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