El lino
Cuentos de Andersen
En un campo verde y bañado por el sol, crecía una planta muy especial: el Lino. Tenía unas flores azules preciosas, como pedacitos de cielo, y se sentía muy feliz. El sol le hacía cosquillas y la lluvia lo refrescaba. "¡Qué bien se está aquí!", pensaba el Lino. "Seguro que me esperan grandes cosas".
Cerca de él, había una valla hecha con postes de madera. Un día, el Lino escuchó a los postes hablar. "Antes éramos árboles altos en el bosque", decía uno. "¡Y ahora servimos para proteger el campo!", respondía otro. El Lino pensó: "¡Vaya! Si ellos tuvieron una vida antes y ahora son útiles, ¡yo también tendré un futuro emocionante!".
Un día, llegaron unos señores y ¡zas!, arrancaron al Lino de la tierra. "¡Ay, qué dolor!", gritó el Lino. Luego lo metieron en agua un buen rato, ¡y no le gustó nada! Olía un poco feo. Después lo pusieron a secar al sol. Y cuando estaba bien seco, ¡empezó la aventura! Lo golpearon, lo estiraron y lo peinaron con unos cepillos con púas. "¡Ay, ay, ay!", se quejaba el Lino, "¡esto duele mucho!". Pero cada vez que lo trataban así, el Lino se volvía más suave y brillante.
Finalmente, lo convirtieron en hilos finos y largos. "¡Ahora soy un hilo!", pensó el Lino, un poco sorprendido. Y esos hilos los llevaron a un telar, una máquina grande que hacía ¡clac, clac, clac! Y tejieron y tejieron hasta que el Lino se convirtió en una tela blanca y suave. ¡Era tela de lino!
Con esa tela hicieron muchas cosas. Por ejemplo, hicieron doce camisas muy bonitas. El Lino, ahora convertido en camisa, estaba contento. "¡Qué bien! Ahora sirvo para vestir a las personas", pensaba. Las camisas se usaron mucho, se lavaron, se plancharon, hasta que un día, de tanto usarlas, se hicieron viejas y se rompieron un poquito.
Pero la historia del Lino no terminó ahí. Cogieron los trozos de tela vieja y los llevaron a otro lugar. Allí los machacaron, los mezclaron con agua y ¡zas!, los convirtieron en hojas de papel blanco y liso.
"¡Caramba!", pensó el Lino. "Primero planta, luego hilo, después tela, ¡y ahora papel! ¡Cuántas vidas tengo!". En ese papel se escribieron cuentos maravillosos y cartas llenas de cariño. El Lino se sentía muy importante llevando esas palabras.
Pasó el tiempo, y un día, ese papel ya no se necesitaba. Alguien lo arrugó y lo echó al fuego.
¡Crack! El Lino, hecho papel, empezó a arder. "¡Oh, no! ¿Este es el final?", pensó con un poco de miedo. Pero mientras se quemaba, vio cómo salían chispitas de colores y un humito ligero subía hacia el cielo. Y escuchó unas vocecitas diminutas, como de niños pequeños jugando en las llamas, que cantaban: "No te preocupes, Lino amigo. Nada se pierde, todo se transforma. Tu fuerza y tu belleza siguen vivas, ayudando a que crezcan nuevas flores y se cuenten nuevas historias".
Y el Lino entendió que aunque su forma cambiara, su esencia siempre estaría allí, formando parte de algo nuevo y bueno.
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