La casa vieja
Cuentos de Andersen
En una calle muy animada, llena de edificios modernos y relucientes, se alzaba una casa que parecía un abuelito entre jóvenes. Era una casa muy, muy vieja, con un tejado un poco inclinado y ventanas que parecían ojos curiosos. Las otras casas, tan nuevas y orgullosas, a veces la miraban por encima del hombro, como diciendo: "¡Qué anticuada!".
Pero justo enfrente, en una de esas casas nuevas, vivía un niño pequeño al que esa casa vieja le parecía la más fascinante del mundo. Desde su ventana, podía ver un balcón de madera un poco torcido, donde siempre había un pequeño soldadito de plomo, firme y valiente, como si estuviera de guardia. El niño se imaginaba mil aventuras sobre quién viviría allí.
Un día, el niño vio a un señor muy mayor asomado a una de las ventanas de la casa vieja. Tenía el pelo blanco como la nieve y una sonrisa amable. El señor vivía solo, rodeado de muebles antiguos y cuadros de personas con ropas de hace muchísimo tiempo.
El niño, que era muy curioso, un día se armó de valor y cruzó la calle. Llamó a la puerta de la casa vieja, que hizo un crujido gracioso al abrirse. El señor mayor lo recibió con alegría.
"¡Hola, pequeño! Te he visto mirar mi casa muchas veces", dijo con voz suave.
El interior de la casa era como entrar en un cuento. Había relojes que hacían tic-tac de formas divertidas, sillones con patas como garras de león y un montón de objetos extraños y maravillosos que el señor coleccionaba. El señor le enseñó sus tesoros: una cajita de música que tocaba una melodía dulce, libros con dibujos increíbles y hasta una armadura de caballero en miniatura.
Pero lo que más le gustó al niño fue cuando el señor mayor tomó el soldadito de plomo del balcón. "Este pequeño valiente ha visto muchas cosas desde aquí", dijo el anciano. "Creo que le gustaría tener un nuevo amigo. ¿Quieres cuidarlo tú?".
Los ojos del niño brillaron de emoción. ¡El soldadito de plomo, su héroe del balcón, ahora era suyo!
El niño visitó al señor mayor muchas tardes. Escuchaba sus historias, jugaban con los objetos antiguos y se hicieron muy buenos amigos. El soldadito de plomo siempre estaba con ellos.
Pero el tiempo pasa para todos, y un día, el señor mayor se fue a un viaje muy, muy largo del que ya no volvería. La casa vieja se quedó triste y silenciosa. Poco después, unos obreros llegaron y, con mucho cuidado, empezaron a desmontar la casa vieja para construir algo nuevo en su lugar.
El niño, que ya no era tan niño, miraba desde su ventana cómo su casa favorita desaparecía. Se sintió un poco triste, pero entonces apretó con fuerza el soldadito de plomo en su mano.
Aunque la casa vieja ya no estaba, el niño nunca olvidó al amable señor y todas las tardes maravillosas que pasaron juntos. Y el soldadito de plomo, pequeño y valiente, siempre le recordaría la magia de aquella casa vieja llena de historias y amistad.
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