• El pequeño Claus y el gran Claus

    Cuentos de Andersen
    En un pueblo lleno de casitas de colores, vivían dos hombres que se llamaban Claus. Para distinguirlos, a uno lo llamaban Pequeño Claus, porque solo tenía un caballo, y al otro, Gran Claus, porque ¡tenía cuatro caballos!

    Cada domingo, Pequeño Claus le pedía prestados los cuatro caballos a Gran Claus. Entonces, con sus cinco caballos juntos, Pequeño Claus iba por el pueblo gritando alegremente: "¡Arre, mis cinco caballos!". A Gran Claus no le gustaba nada que Pequeño Claus dijera "mis caballos".
    "¡No son todos tuyos!", le gruñía Gran Claus. "¡Solo uno es tuyo!".
    Pero Pequeño Claus no hacía caso y seguía gritando: "¡Arre, mis cinco caballos!".
    Un día, Gran Claus se enfadó tanto que tomó un hacha y ¡zas!, golpeó al único caballo de Pequeño Claus, y el pobre animalito cayó al suelo.
    Pequeño Claus se puso muy triste. Lloró un poquito, pero luego pensó: "Bueno, al menos puedo vender su piel". Así que le quitó la piel al caballo, la metió en un saco y se fue camino a la ciudad.

    Al anochecer, llegó a una granja. Llamó a la puerta y una mujer amable le abrió.
    "¿Podría pasar la noche aquí?", preguntó Pequeño Claus.
    "Claro", dijo la mujer, "pero mi esposo no está y no puedo darte mucha cena".
    Pequeño Claus vio que la mesa estaba llena de comida deliciosa: pollo asado, pasteles y vino. Justo entonces, oyeron llegar al granjero. ¡Rápido! La mujer escondió toda la comida en el horno y el vino bajo la cama. También escondió a un amigo suyo, el sacristán, ¡dentro de un gran cofre!
    Cuando el granjero entró, Pequeño Claus le pidió un poco de comida. El granjero le dio un plato de avena.
    Pequeño Claus puso su saco con la piel de caballo en el suelo, cerca del horno, y lo pisó un poquito.
    "¡Cric!", hizo la piel.
    "¿Qué dice tu piel?", preguntó el granjero.
    "Dice", contestó Pequeño Claus, "que en el horno hay pollo asado y pasteles".
    El granjero abrió el horno y ¡sorpresa! Allí estaba la comida.
    "¡Qué piel tan mágica!", exclamó el granjero.
    Pequeño Claus volvió a pisar la piel. "¡Cric!".
    "¿Y ahora qué dice?", preguntó el granjero.
    "Dice que bajo la cama hay vino delicioso".
    El granjero miró y ¡allí estaba el vino!
    "¡Increíble!", dijo el granjero. "Quiero esa piel. Te daré un saco lleno de monedas de oro por ella".
    Pequeño Claus, muy contento, le dio la piel y se fue con su saco de oro.

    Cuando Pequeño Claus volvió al pueblo con tanto dinero, Gran Claus sintió mucha envidia.
    "¿De dónde sacaste tanto oro?", preguntó Gran Claus.
    "Vendí la piel de mi caballo", dijo Pequeño Claus.
    "¡Pues yo también lo haré!", pensó Gran Claus. Mató a sus cuatro caballos, les quitó la piel y se fue a la ciudad gritando: "¡Pieles de caballo! ¿Quién quiere pieles de caballo?".
    La gente se rio de él. "¿Para qué queremos pieles de caballo?", decían. Gran Claus se enfadó mucho y volvió a casa sin vender nada.

    Estaba tan furioso con Pequeño Claus que lo metió en un saco grande y decidió tirarlo al río. Mientras caminaba hacia el río, pasó por una iglesia. "Voy a rezar un poco antes", pensó Gran Claus, y dejó el saco con Pequeño Claus en el camino.
    Dentro del saco, Pequeño Claus se quejaba: "¡Ay, qué pena! ¡Tan joven y voy a morir ahogado!".
    Un viejo pastor que pasaba con un gran rebaño de vacas lo oyó.
    "¿Qué dices?", preguntó el pastor.
    "Voy al cielo", dijo Pequeño Claus desde el saco, "pero soy muy joven. Tú eres viejo, ¿no te gustaría ir al cielo en mi lugar? Si me sacas, te doy mis vacas... bueno, las que me esperarán en el cielo".
    El pastor pensó que era una buena idea. Abrió el saco, Pequeño Claus salió corriendo y el viejo pastor se metió dentro. Pequeño Claus cerró el saco y se llevó todas las vacas del pastor.
    Cuando Gran Claus salió de la iglesia, agarró el saco y ¡plaf!, lo tiró al río. "¡Adiós, Pequeño Claus!", gritó.

    Un rato después, Gran Claus iba caminando y vio a Pequeño Claus ¡con un montón de vacas!
    "¡Pequeño Claus! ¿No te ahogaste? ¿De dónde sacaste tantas vacas?", preguntó Gran Claus, muy sorprendido.
    "¡Oh, Gran Claus!", dijo Pequeño Claus. "Cuando me tiraste al río, llegué al fondo y encontré un prado lleno de vacas preciosas. ¡Estas son solo algunas!".
    "¿De verdad?", dijo Gran Claus, con los ojos brillantes. "¡Yo también quiero vacas! ¡Tírame al río!".
    "Con gusto", dijo Pequeño Claus. Metió a Gran Claus en un saco, le ató una piedra grande para que llegara rápido al fondo y ¡plaf!, lo tiró al río.
    Gran Claus se hundió y no volvió a salir.
    Pequeño Claus se quedó con todas las vacas, la casa de Gran Claus y vivió feliz y contento, porque aunque era pequeño, era muy, muy listo.

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