Pulgarcita
Cuentos de Andersen
En una casita muy linda, rodeada de flores, vivía una mujer que soñaba con tener una hijita. Un día, un hada buena le regaló un granito de cebada muy especial. "Plántalo en una maceta", le dijo el hada, "y verás qué sucede".
La mujer así lo hizo, y ¡qué maravilla! Del grano creció una flor enorme y preciosa, parecida a un tulipán, pero con los pétalos bien cerraditos. La mujer le dio un beso suave a la flor, y en ese instante, ¡pum!, los pétalos se abrieron. Adentro, sentadita en el centro, había una niña diminuta, ¡tan pequeña como un dedo pulgar! Por eso, la mujer la llamó Pulgarcita.
Pulgarcita era muy feliz. Dormía en una cáscara de nuez que era su cama, y usaba un pétalo de rosa como manta. ¡Qué vida tan dulce!
Pero una noche, mientras Pulgarcita dormía, un sapo grande y feo saltó por la ventana. "¡Mmm, qué esposa tan bonita para mi hijo!", pensó el sapo. Y con mucho cuidado, tomó la cáscara de nuez con Pulgarcita adentro y se la llevó al pantano.
Cuando Pulgarcita despertó, ¡qué susto! Estaba en una hoja de nenúfar en medio del agua, y el sapo y su hijo la miraban con ojos saltones. ¡No quería casarse con un sapo! Unos pececillos buenos oyeron sus llantos y mordisquearon el tallo de la hoja hasta que esta flotó río abajo, lejos de los sapos.
Mientras flotaba, un escarabajo la vio. "¡Qué criatura tan curiosa!", pensó, y la agarró con sus patitas para llevarla a su árbol. Los otros escarabajos la miraron y dijeron: "¡Pero si solo tiene dos patas! ¡Y no tiene antenas!". Al escarabajo ya no le pareció tan bonita y la dejó sola en una margarita.
Pulgarcita pasó el verano y el otoño viviendo en el bosque, comiendo polen de las flores y bebiendo el rocío de las hojas. Pero cuando llegó el invierno, ¡ay, qué frío! La nieve empezó a caer y Pulgarcita no tenía dónde ir.
Temblando de frío, encontró un agujerito en el suelo. Era la entrada a la casa de una ratoncita de campo muy amable. La ratoncita la invitó a pasar y le dio comida y calor. Pulgarcita, a cambio, le contaba cuentos y mantenía limpia la casita.
Un día, vino de visita el vecino de la ratoncita: un topo rico y ciego. Al topo le encantó la voz dulce de Pulgarcita cuando cantaba. La ratoncita pensó que sería una buena idea que Pulgarcita se casara con el topo. "Es rico y no te faltará nada", le decía. Pero Pulgarcita no quería vivir bajo tierra para siempre, ¡le encantaba el sol y las flores!
Cerca de la casa de la ratoncita, Pulgarcita encontró una golondrina que parecía muerta de frío. Le dio mucha pena y, a escondidas, la cubrió con heno y la cuidó hasta que la golondrina abrió los ojos. ¡Estaba viva! Pulgarcita la alimentó y la golondrina se recuperó.
"Muchas gracias, pequeña", dijo la golondrina. "Pronto me iré volando a tierras más cálidas. ¿Quieres venir conmigo?". Pulgarcita quería ir, pero no se atrevía a dejar a la ratoncita. Así que la golondrina se fue, prometiendo volver.
Llegó el día de la boda con el topo. Pulgarcita estaba muy triste. Salió a despedirse del sol por última vez, y de repente, escuchó un "¡Pío, pío!" familiar. ¡Era la golondrina!
"¡Sube a mi espalda!", le dijo la golondrina. "¡Te llevaré lejos de aquí!". Pulgarcita no lo pensó dos veces. Se subió a la espalda de su amiga y juntas volaron por encima de montañas y mares.
Finalmente, llegaron a un país cálido y soleado, lleno de flores hermosas. La golondrina dejó a Pulgarcita con mucho cuidado sobre el pétalo de una flor blanca muy grande. Y allí, ¡qué sorpresa! En el centro de la flor había un hombrecito tan pequeño como ella, con una corona de oro y unas alas brillantes. ¡Era el príncipe de las flores!
El príncipe se enamoró de Pulgarcita al instante. Le preguntó si quería ser su reina y vivir con él entre las flores. Pulgarcita dijo que sí, ¡muy contenta! Le dieron unas alas transparentes para que pudiera volar de flor en flor, y le pusieron un nombre nuevo: Maya.
Y así, Pulgarcita, o mejor dicho, Maya, vivió feliz para siempre con su príncipe en el reino de las flores, y la golondrina los visitaba a menudo para contarles historias de sus viajes.
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