• El ruiseñor

    Cuentos de Andersen
    En el lejano país de China, donde el sol brilla con un color especial y los tejados de las casas parecen sonreír, vivía un Emperador. Su palacio era el más maravilloso del mundo, hecho de la porcelana más fina y delicada, ¡tan frágil que había que tener mucho cuidado al tocarla! Y su jardín... ¡ay, su jardín! Estaba lleno de flores exóticas con campanitas de plata que tintineaban con la brisa, y árboles que susurraban secretos al viento. El jardín era tan grande que ni el jardinero jefe conocía su final. Más allá, se extendía un bosque frondoso donde vivía un pequeño pájaro: un ruiseñor.

    Un día, llegaron viajeros de tierras lejanas. Escribieron libros sobre las maravillas del palacio y el jardín del Emperador. Pero en todos los libros decían: "Lo más maravilloso de todo es el canto del ruiseñor que vive en el bosque".

    El Emperador leyó esto y frunció el ceño. "¿Un ruiseñor? ¿En mi propio imperio, en mi propio jardín, y yo no lo conozco? ¡Que lo traigan inmediatamente!"

    Los cortesanos, muy elegantes con sus ropas de seda, corrieron por todo el palacio preguntando por el ruiseñor. Nadie lo había oído nombrar. Finalmente, una humilde niña de la cocina, que a menudo llevaba sobras a su madre enferma en el bosque, dijo: "¡Oh, sí, el ruiseñor! ¡Conozco su canto! Es tan hermoso que a veces me hace llorar de alegría".

    Así que la pequeña cocinera guio a la mitad de la corte hacia el bosque. Después de mucho caminar, la niña señaló una rama. Allí, en lo alto, estaba el ruiseñor, un pajarito de aspecto muy sencillo, de color gris parduzco.

    "¡Pequeño ruiseñor!", dijo el chambelán principal, "el Emperador desea oírte cantar en palacio".

    El ruiseñor, un poco tímido pero amable, aceptó. Y cuando cantó esa noche en el gran salón del palacio, ¡qué maravilla! Su voz llenó el aire con tal dulzura y melodía que al Emperador se le llenaron los ojos de lágrimas. "¡Quédate conmigo!", exclamó. "Tendrás una jaula de oro, comerás de mi propia mano y te daré el título de 'Cantor Imperial Nocturno'".

    El ruiseñor aceptó quedarse, aunque prefería la libertad del bosque. Cantaba para el Emperador cada noche, y todos en la corte estaban encantados.

    Un día, llegó un gran paquete para el Emperador. Dentro había un pájaro artificial, un ruiseñor mecánico. Estaba cubierto de diamantes, rubíes y zafiros, y brillaba como mil estrellas. Cuando le daban cuerda, movía la cola y cantaba una melodía, siempre la misma, pero muy bonita y clara.

    "¡Esto es aún mejor!", exclamaron todos los cortesanos. "¡Qué predecible y elegante! ¡Y qué joyas tan bonitas!"

    El Emperador también quedó fascinado. Hizo que los dos ruiseñores cantaran juntos, pero no sonaba bien. El ruiseñor real cantaba a su manera, y el artificial cantaba como un reloj. Así que el pájaro mecánico cantó solo. Tuvo tanto éxito que el verdadero ruiseñor, sintiéndose olvidado y un poco triste, aprovechó una ventana abierta y voló de regreso a su querido bosque. Nadie notó su ausencia al principio; estaban demasiado ocupados admirando al pájaro de juguete.

    El pájaro mecánico cantaba y cantaba, treinta y tres veces la misma canción, hasta que un día, ¡crac! Algo se rompió por dentro. Los mejores relojeros del imperio intentaron arreglarlo, pero las piezas eran muy delicadas. Solo pudo volver a cantar una vez al año, y con mucho cuidado para que no se rompiera del todo.

    Pasaron cinco años. El Emperador enfermó gravemente. Estaba pálido y frío en su gran cama de seda. Todos pensaban que iba a morir. La Muerte, con su manto oscuro, ya estaba sentada a los pies de su cama, mirándolo con sus ojos vacíos. El Emperador apenas podía respirar.

    "¡Música!", susurró con voz débil. "¡Que cante el pájaro mecánico! ¡Canta, precioso pájaro de oro, canta!". Pero el pájaro estaba silencioso. No había nadie para darle cuerda, y aunque lo hubieran hecho, estaba roto.

    De repente, desde la ventana, llegó un canto dulce y puro, lleno de vida. Era el verdadero ruiseñor. Había oído que el Emperador estaba enfermo y había venido a consolarlo. Cantó sobre la belleza del bosque al amanecer, sobre las flores que se abrían y la esperanza que renacía cada día.

    Mientras cantaba, la Muerte escuchaba. El canto era tan hermoso que la Muerte sintió algo cálido en su frío corazón. El ruiseñor siguió cantando, y la Muerte, conmovida, se levantó lentamente y se desvaneció como una niebla matutina.

    El Emperador abrió los ojos. La sangre volvió a sus mejillas. "¡Oh, ruiseñor bendito!", dijo con voz más fuerte. "Me has salvado la vida. ¿Cómo puedo recompensarte?"

    "Ya me has recompensado", respondió el ruiseñor. "Vi lágrimas en tus ojos la primera vez que canté para ti, y eso es el tesoro más grande para un cantor. Déjame ser libre y vendré a cantarte cuando quieras, no desde una jaula, sino desde mi bosque. Te cantaré sobre la gente de tu imperio, los felices y los tristes, los ricos y los pobres, para que sepas lo que sucede más allá de los muros de tu palacio. Pero prométeme una cosa: no le digas a nadie que tienes un pajarito que te cuenta todo".

    El Emperador comprendió. Desde ese día, gobernó con más sabiduría y bondad, escuchando no solo a sus cortesanos, sino también al canto del pequeño ruiseñor, que le recordaba la importancia de las cosas sencillas, verdaderas y que vienen del corazón. Y el ruiseñor, libre en su bosque, visitaba al Emperador a menudo, llenando el palacio con la música más hermosa del mundo.

    1231 Vistas