La Reina de las Nieves
Cuentos de Andersen
La historia que voy a contarles comienza con un espejo muy, muy travieso. Este espejo no era como los que tienes en casa. Si mirabas algo bonito en él, ¡zas!, lo convertía en algo feo. Y si algo era un poquito feo, ¡lo hacía parecer horrible! Un día, unos duendes juguetones que lo llevaban por el cielo, tropezaron, y el espejo ¡paff!, se cayó y se rompió en millones y millones de pedacitos, tan pequeños como granos de arena.
Estos pedacitos volaron por todo el mundo. Si uno te caía en el ojo, empezabas a ver todo al revés y solo notabas lo malo de las cosas. Y si un pedacito se te metía en el corazón, este se volvía frío, frío, como un cubito de hielo.
En una ciudad grande, con muchas casas juntas, vivían dos amigos muy queridos: un niño llamado Kai y una niña llamada Gerda. No eran hermanos, pero se querían como si lo fueran. Sus familias vivían en áticos vecinos, y en sus ventanas tenían cajones con flores, especialmente unas rosas preciosas que crecían de un balcón al otro. ¡Parecía un puente de flores!
Un día de verano, mientras Kai y Gerda miraban un libro de dibujos, Kai gritó: "¡Ay! ¡Algo me pinchó en el ojo! ¡Y en el corazón!". Un pedacito diminuto del espejo travieso le había entrado en el ojo, y otro, ¡ay!, en el corazón.
De repente, Kai cambió. Empezó a decir que las rosas de Gerda eran feas y que sus cuentos eran aburridos. Se volvió gruñón y se burlaba de todo. Gerda estaba muy triste, no entendía qué le pasaba a su amigo.
Llegó el invierno. Un día, Kai estaba jugando con su trineo en la plaza. Vio pasar un trineo enorme, blanco y brillante, tirado por caballos blancos. Sin pensarlo, ató su pequeño trineo al grande. El trineo grande empezó a ir más y más rápido, ¡y salió volando de la ciudad! En él iba una mujer alta, vestida de blanco, con la piel pálida y los ojos brillantes como estrellas. Era la Reina de las Nieves.
La Reina de las Nieves besó a Kai en la frente. Fue un beso tan frío que Kai olvidó a Gerda, a su abuela y a todos en su casa. Solo sentía el frío y la belleza helada de la Reina. Se fueron volando muy, muy lejos, al palacio de hielo de la Reina, en el Polo Norte.
Gerda esperaba y esperaba a Kai, pero no volvía. Lloró mucho y decidió que tenía que ir a buscarlo. Se puso sus zapatitos rojos, los que más quería, y se fue.
Primero, llegó a un río. Le preguntó al río si había visto a Kai. Como el río no contestaba, Gerda le tiró sus zapatitos rojos, pensando que quizás así el río le ayudaría. Una barquita la llevó flotando hasta una casita con un jardín lleno de flores maravillosas, ¡incluso en invierno! Allí vivía una anciana muy amable que sabía un poquito de magia. La anciana quería que Gerda se quedara con ella, así que la peinó con un peine mágico que hizo que Gerda olvidara a Kai y su tristeza. Gerda vivió feliz allí por un tiempo, pero un día vio una rosa pintada en el sombrero de la anciana y ¡recordó todo! Salió corriendo del jardín mágico, llorando porque había perdido mucho tiempo.
Siguió su camino y se encontró con un cuervo muy listo. El cuervo le dijo que quizás Kai estaba en un palacio cercano, ¡casado con una princesa! Gerda se asustó, pero el cuervo la llevó al palacio. Allí, el príncipe y la princesa eran muy buenos, pero el chico no era Kai. Cuando oyeron la historia de Gerda, le dieron ropa de abrigo, comida y un carruaje dorado para que siguiera buscando a su amigo.
Pero ¡qué mala suerte! Unos bandidos atacaron el carruaje en el bosque. Se llevaron todo, y a Gerda la capturó una niña bandida, un poco salvaje pero con un corazón en el fondo. La niña bandida tenía muchas palomas y un reno prisionero. Las palomas le contaron a Gerda que habían visto a Kai irse con la Reina de las Nieves hacia Laponia. La niña bandida, al escuchar la triste historia de Gerda, decidió ayudarla. Liberó al reno y le dijo: "¡Lleva a esta niña al palacio de la Reina de las Nieves! ¡Rápido!".
El reno corrió y corrió, llevando a Gerda hacia el norte. Llegaron a la cabaña de una mujer lapona, que les dio calor y comida. La mujer lapona escribió un mensaje en un pescado seco y le dijo al reno que se lo llevara a una mujer finlandesa que vivía aún más al norte, porque ella era más sabia.
La mujer finlandesa leyó el mensaje. El reno le preguntó si podía darle a Gerda alguna poción mágica para ser más fuerte y vencer a la Reina de las Nieves. La mujer finlandesa sonrió y dijo: "Gerda ya tiene toda la fuerza que necesita. Su fuerza está en su corazón puro y en su amor por Kai. Ese amor es más poderoso que cualquier magia".
Finalmente, Gerda llegó al palacio de la Reina de las Nieves. Era enorme, hecho de hielo y nieve, y hacía un frío terrible. Dentro, en un gran salón helado, encontró a Kai. Estaba azul de frío, intentando formar la palabra "ETERNIDAD" con trozos de hielo. La Reina le había dicho que si lo conseguía, sería libre y dueño de sí mismo. Pero Kai estaba tan helado que casi no podía pensar ni sentir.
Gerda corrió hacia él y lo abrazó, llorando lágrimas calientes. Sus lágrimas cayeron sobre el pecho de Kai, derritiendo el hielo de su corazón. El pedacito de espejo salió flotando. Kai la miró, la reconoció y empezó a llorar también. Sus lágrimas hicieron que el pedacito de espejo que tenía en el ojo también saliera.
¡Kai volvió a ser el de antes! Se abrazaron fuerte. De repente, los trozos de hielo con los que Kai jugaba se movieron solos y formaron la palabra "ETERNIDAD". ¡Eran libres!
Tomados de la mano, Kai y Gerda salieron del palacio de hielo. En el camino de vuelta, se encontraron con el reno, que los esperaba. Luego se encontraron con la niña bandida, que se alegró mucho de verlos. También vieron al príncipe y la princesa, que estaban de viaje.
Cuando por fin llegaron a su ciudad, todo parecía igual, pero ellos habían crecido. Subieron a sus áticos y vieron que las rosas de sus ventanas estaban floreciendo más hermosas que nunca. La abuela estaba sentada, leyendo un libro sagrado, y el sol de la primavera brillaba.
Kai y Gerda se miraron. Ya no eran niños pequeños, pero en sus corazones seguían siendo los mismos amigos, y entendieron que el amor y la amistad pueden derretir hasta el corazón más helado. Y así, vivieron felices, recordando siempre su increíble aventura.
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