La princesa y el guisante
Cuentos de Andersen
En un reino lleno de sol y flores, vivía un príncipe muy simpático. Este príncipe tenía un gran deseo: ¡quería casarse con una princesa de verdad! No una princesa cualquiera, sino una auténtica, de esas que son delicadas y nobles de corazón.
Así que se fue de viaje por todo el mundo para encontrarla. Conoció a muchas princesas, ¡muchísimas! Pero siempre había algo que no le convencía. Una era muy alta, otra muy bajita, una hablaba demasiado y otra no decía ni pío. ¡Ninguna parecía ser una princesa auténtica! El príncipe regresó a su castillo un poco triste, pensando que quizás nunca encontraría a la princesa de sus sueños.
Una noche, ¡qué noche! Había una tormenta terrible. Llovía a cántaros, los relámpagos iluminaban el cielo y el viento soplaba con fuerza, haciendo crujir las ventanas del castillo. De repente, alguien llamó a la puerta del castillo: ¡toc, toc, toc!
El viejo rey, padre del príncipe, fue a abrir. Afuera había una joven. ¡Pobrecita! Estaba empapada de pies a cabeza. El agua le chorreaba por el pelo largo y la ropa, y sus zapatos parecían pequeñas lagunas. Pero a pesar de su aspecto, ella dijo con voz clara: "Soy una princesa".
"¡Ya veremos si es verdad!", pensó la vieja reina, la madre del príncipe, que era una mujer muy astuta. No dijo nada en voz alta, pero se le ocurrió una idea.
Mientras la joven se secaba junto al fuego, la reina fue a preparar la habitación de invitados. Quitó toda la ropa de cama y, en el fondo de la estructura de madera de la cama, puso un pequeño guisante. Solo uno, ¡pero era un guisante muy importante!
Encima del guisante, la reina colocó veinte colchones, ¡uno sobre otro, como una torre! Y encima de los veinte colchones, puso veinte edredones de plumas, de los más suaves y calentitos que había en todo el reino. ¡La cama era altísima! La princesa necesitaría una escalera para subir.
"Aquí dormirás esta noche", le dijo la reina a la joven, con una sonrisa misteriosa.
A la mañana siguiente, todos estaban ansiosos. Le preguntaron a la joven cómo había dormido.
"¡Uf, terriblemente mal!", contestó la princesa, bostezando. "Casi no pegué ojo en toda la noche. ¡Quién sabe qué había en mi cama! Sentí algo duro, muy duro, y ahora tengo todo el cuerpo dolorido, como si hubiera dormido sobre piedras. ¡Fue horrible!"
Entonces, el príncipe, la reina y el rey se miraron con alegría. ¡No había duda! Solo una princesa de verdad podría tener la piel tan delicada y ser tan sensible como para sentir un pequeño guisante a través de veinte colchones y veinte edredones.
El príncipe estaba felicísimo. ¡Por fin había encontrado a su princesa de verdad! Se acercó a ella, le tomó la mano y le pidió que se casara con él. La princesa, que también había encontrado al príncipe muy encantador, aceptó con una sonrisa.
Celebraron una boda maravillosa, y el guisante, ese pequeño héroe de la historia, fue colocado en una vitrina de cristal en el museo del castillo. Y si nadie se lo ha comido, ¡todavía debe estar allí para que todos lo vean y recuerden la historia de la princesa de verdad!
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