• El traje nuevo del emperador

    Cuentos de Andersen
    En un reino lleno de colores y risas, vivía un Emperador al que le encantaba una cosa por encima de todas: ¡la ropa nueva! Gastaba todo su dinero en trajes elegantes y sombreros extravagantes. No le importaban sus soldados ni ir al teatro, solo quería lucir sus prendas.

    Un día, llegaron al reino dos pícaros muy listos. Se presentaron como tejedores y dijeron: "Majestad, podemos tejer una tela maravillosa. Es tan especial que solo las personas inteligentes y que hacen bien su trabajo pueden verla. Los tontos o los que no son buenos en su puesto, ¡no ven nada!"

    El Emperador pensó: "¡Qué maravilla! Así sabré quiénes son listos en mi reino y quiénes no deberían tener sus trabajos. ¡Quiero esa tela ya mismo!" Les dio mucho oro y seda fina para que empezaran a tejer.

    Los dos pícaros montaron unos telares vacíos y fingían trabajar día y noche. Movían las manos como si estuvieran tejiendo, pero en realidad, guardaban el oro y la seda para ellos.

    Después de un tiempo, el Emperador quiso saber cómo iba la tela. Envió a su ministro más viejo y honesto. El ministro miró y miró los telares, pero no vio absolutamente nada. "¡Oh, no!", pensó. "¿Seré tonto? ¿O no seré bueno como ministro? No puedo decirlo". Así que dijo en voz alta: "¡Qué tela tan preciosa! ¡Qué colores tan vivos! Le diré al Emperador que es magnífica".

    Luego, el Emperador envió a otro funcionario importante. A él le pasó lo mismo. Miró con atención, pero los telares estaban vacíos. Para no parecer tonto ni incompetente, también alabó la tela invisible, diciendo que los dibujos eran espectaculares.

    Finalmente, el Emperador decidió ir él mismo, acompañado de todos sus consejeros. Cuando vio los telares vacíos, se preocupó mucho. "¡No veo nada!", pensó para sus adentros. "¿Seré yo el tonto? ¿O no seré un buen Emperador?". Pero como todos los demás decían que la tela era maravillosa, él también exclamó: "¡Espléndida! ¡Magnífica! ¡Nunca he visto nada igual! ¡Apruebo estos colores y este diseño!" Y todos sus consejeros asintieron, aunque no veían más que él.

    Llegó el día del gran desfile en el que el Emperador iba a estrenar su traje nuevo. Los dos pícaros hicieron como que le quitaban la ropa vieja y luego, con mucho cuidado, hicieron gestos como si le pusieran los pantalones, la camisa y la capa. "Sienta esta camisa ligera, Majestad. Y estos pantalones, ¡qué elegancia! La capa parece flotar", decían.

    El Emperador se miraba al espejo y, aunque no sentía ni veía nada, sonreía y asentía. "¡Sí, me queda perfecto!", dijo.

    Así, el Emperador salió a la calle en su "traje nuevo" para el desfile. Toda la gente en las calles y en los balcones, que había oído hablar de la tela mágica, aplaudía y gritaba: "¡Qué traje tan hermoso lleva el Emperador! ¡Qué colores tan brillantes! ¡Qué bien le queda!". Nadie quería admitir que no veía nada, por miedo a ser considerado tonto o inepto para su trabajo.

    De repente, un niño pequeño entre la multitud gritó con toda su inocencia: "¡Pero si el Emperador no lleva nada puesto! ¡Está desnudo!"

    Primero hubo un silencio. Luego, el padre del niño dijo: "¡Escuchad la voz de la inocencia!". Y la gente empezó a susurrar: "El niño tiene razón. No lleva nada". Pronto, todos lo decían en voz alta: "¡No lleva nada puesto!".

    El Emperador se sintió un poco avergonzado, porque en el fondo sabía que era verdad. Pero pensó: "Debo seguir con el desfile hasta el final". Así que se irguió aún más orgulloso y siguió caminando, mientras sus ayudantes seguían sujetando con cuidado la cola del traje invisible que nadie podía ver.

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