La construcción de las murallas de Asgard
Mitología nórdica
En el reino brillante de Asgard, donde vivían los dioses más valientes y las diosas más hermosas, un día se dieron cuenta de algo importante. "¡Necesitamos una muralla!", exclamó Odín, el rey de todos los dioses. "Una muralla fuerte y alta para proteger nuestro hogar de los gigantes traviesos y otros peligros".
Justo entonces, como por arte de magia, apareció un hombre alto y misterioso. Nadie sabía de dónde venía. Dijo con voz profunda: "Yo puedo construirles una muralla tan fuerte que nada podrá derribarla. Y lo haré muy rápido, ¡en solo un invierno!".
Los dioses se emocionaron, pero luego el constructor dijo su precio: "Quiero el sol, la luna y a la bella diosa Freya como esposa".
¡Imagínense la cara de los dioses! ¡Freya no quería casarse con un desconocido! Y sin sol ni luna, ¡qué oscuro sería todo! Estaban a punto de decir que no, cuando Loki, el dios de las travesuras, que a veces era un poco liante pero muy astuto, susurró: "Tranquilos. Es imposible que termine a tiempo. Aceptemos, pero pongamos una condición: no puede recibir ayuda de ningún otro hombre".
El constructor sonrió y dijo: "De acuerdo. Pero, ¿puedo usar a mi caballo, Svaðilfari? Es muy trabajador".
Los dioses, pensando que un solo caballo no haría mucha diferencia, aceptaron.
¡Pero qué caballo era Svaðilfari! Era enorme y fuerte como diez caballos juntos. ¡Plaf, plaf! Cargaba rocas gigantescas como si fueran plumas. La muralla crecía y crecía, ¡más rápido de lo que nadie imaginaba! Día tras día, el constructor y su caballo trabajaban sin descanso.
Faltaban solo tres días para que terminara el invierno, ¡y la muralla estaba casi lista! Los dioses empezaron a sudar frío. ¡Parecía que el constructor iba a ganar! Odín, el rey de los dioses, miró muy serio a Loki: "¡Loki, esto es culpa tuya! ¡Arréglalo, o te irá muy mal!".
Loki, que no quería problemas con Odín, pensó y pensó. Y tuvo una idea muy astuta, como siempre.
Esa noche, mientras Svaðilfari trabajaba duro arrastrando las últimas piedras, apareció una yegua muy bonita y juguetona en el bosque cercano. ¡Hiiiiii!, relinchó la yegua, invitando a Svaðilfari a jugar.
Svaðilfari, que nunca había visto una yegua tan linda, olvidó las piedras y salió corriendo detrás de ella, perdiéndose en el bosque. El constructor llamó y llamó a su caballo, "¡Svaðilfari! ¡Svaðilfari!", pero Svaðilfari no volvió esa noche, ni al día siguiente.
Sin su caballo mágico, el constructor no pudo terminar el último trocito de la muralla a tiempo. ¡Se puso furiosísimo! Y de tan furioso que estaba, ¡zas!, se transformó en su verdadera forma: ¡un gigante de las montañas, un enemigo de los dioses!
"¡Me han engañado!", rugió el gigante.
Justo en ese momento, llegó Thor, el dios del trueno, con su martillo Mjölnir. Al ver al gigante amenazando a sus amigos, no lo pensó dos veces. ¡PUM! Un golpe bien dado y el gigante ya no fue un problema.
Así, Asgard tuvo su muralla, aunque no la terminó el constructor. Y Freya, el sol y la luna se quedaron en Asgard, brillando y calentando como siempre.
Un tiempo después, Loki regresó. ¿Y saben qué traía? Un potrillo gris muy especial, ¡con ocho patas! Era Sleipnir, el hijo de Loki (que se había transformado en la yegua) y Svaðilfari. Sleipnir se convirtió en el caballo más rápido de todos los mundos y el favorito de Odín.
Y así fue como los dioses de Asgard, con un poco de astucia y un martillazo, consiguieron su muralla y aprendieron que a veces las apuestas pueden ser muy peligrosas.
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