La carrera de Atalanta
Mitología griega
En la antigua Grecia, donde el sol brillaba con fuerza y los héroes eran tan comunes como las aceitunas, vivía una muchacha llamada Atalanta. No era una princesa común y corriente que soñaba con bailes y vestidos. ¡No! Atalanta era más rápida que el viento y más ágil que un ciervo. Amaba correr por los bosques con su arco y sus flechas, y no quería saber nada de casarse.
Su padre, el rey, estaba un poco preocupado. "Hija mía", le decía, "ya es hora de que encuentres un buen esposo".
Pero Atalanta tenía una idea. "Está bien, papá", dijo con una sonrisa astuta. "Me casaré, pero solo con el hombre que pueda ganarme en una carrera a pie. Eso sí, si yo gano, ¡el perdedor tendrá que irse muy lejos y no volver!"
Muchos príncipes valientes y jóvenes apuestos lo intentaron. Se ponían en la línea de salida, muy seguros de sí mismos. Pero en cuanto sonaba la señal... ¡Zas! Atalanta salía disparada como una flecha y los dejaba atrás, comiendo polvo. ¡Puf! Ninguno podía alcanzarla.
Un día, llegó un joven llamado Hipómenes. Vio a Atalanta, tan veloz y hermosa, y ¡claro! Se enamoró al instante. Pero Hipómenes era listo. Sabía que por mucha fuerza que tuviera en las piernas, Atalanta era... bueno, ¡era Atalanta! Así que fue a pedirle un favor muy especial a Afrodita, la diosa del amor y la belleza.
"Oh, gran Afrodita", suplicó Hipómenes, "ayúdame a ganar el corazón y la carrera de Atalanta".
A Afrodita le gustaban las historias de amor con un poco de emoción, así que le dio a Hipómenes tres manzanas de oro puro. ¡Brillaban tanto que parecían pequeños soles! "Usa estas manzanas con inteligencia durante la carrera", le aconsejó la diosa.
Llegó el día de la gran carrera. Atalanta estaba lista, como siempre. Hipómenes, un poco nervioso, sostenía las manzanas doradas a escondidas.
¡Listos, preparados, ya!
Atalanta tomó la delantera enseguida, sus pies apenas tocaban el suelo. Cuando Hipómenes vio que se alejaba, lanzó la primera manzana de oro. Rodó y brilló justo delante de Atalanta. Ella, curiosa por algo tan resplandeciente, se detuvo un momentito para recogerla. "¡Oh, qué bonita!", pensó. Hipómenes aprovechó para adelantarla.
Pero Atalanta era muy rápida. Enseguida recuperó el ritmo y volvió a pasar a Hipómenes. ¡Zas! Hipómenes lanzó la segunda manzana, esta vez un poquito más lejos. Atalanta dudó... ¡pero la manzana era tan dorada y tentadora! Volvió a pararse para cogerla. Hipómenes, resoplando, la adelantó de nuevo.
Estaban casi llegando a la meta. Atalanta corría como nunca, decidida a ganar. Hipómenes, con su última esperanza, lanzó la tercera manzana de oro con todas sus fuerzas, haciéndola rodar un poco hacia un lado del camino. Atalanta la vio. ¡Era la más brillante de todas! No pudo resistir la tentación. Se desvió un poquito para agarrarla.
Mientras Atalanta admiraba la tercera manzana, ¡Hipómenes cruzó la línea de meta! ¡Había ganado!
Atalanta no estaba enfadada. De hecho, estaba impresionada por la astucia de Hipómenes (y quizás un poquito enamorada de él y de las manzanas). Así que, como había prometido, se casó con él.
Fueron muy felices por un tiempo, corriendo juntos por los campos. Pero, ¡ay! Con tanta felicidad y tantas carreras, se olvidaron de algo muy importante: darle las gracias a Afrodita por su ayuda con las manzanas mágicas.
Afrodita se enfadó muchísimo. ¡A una diosa no se le olvida un agradecimiento así como así! Como castigo por su olvido, los transformó a los dos en... ¡leones!
Y así, Atalanta, la corredora veloz, y Hipómenes, el joven astuto, pasaron el resto de sus días como dos majestuosos leones, corriendo por las llanuras. Quizás, mientras corrían, recordaban que siempre, siempre, hay que dar las gracias.
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