Cálculo meticuloso
Fábulas chinas
En un pueblito soleado, vivía un señor que pensaba mucho, ¡muchísimo!, en cómo gastar su dinero. No le gustaba desperdiciar ni una monedita.
Un día, fue al mercado y después de mirar y mirar, decidió comprar solo una cosa: ¡un huevo! Sí, un huevo solito.
Mientras caminaba de regreso a casa, con el huevo bien sujeto en la mano, empezó a imaginar: "Con este huevo, si lo cuido bien, nacerá un pollito. Este pollito crecerá y se convertirá en una gallina. ¡Qué bien! Esa gallina pondrá muchos, muchos huevos. Con tantos huevos, tendré más pollitos, y luego más gallinas".
El señor sonreía mientras seguía pensando: "Cuando tenga muchas gallinas, venderé algunas y compraré un cerdito. ¡Un cerdito rosado y gordito! Lo alimentaré bien, crecerá grande y fuerte. Entonces, venderé el cerdo y podré comprar... ¡una vaca! Sí, una vaca que me dará leche fresca todos los días".
Sus ojos brillaban de emoción. "Con la leche y vendiendo terneritos, juntaré suficiente dinero para comprar un terreno grande, muy grande. En ese terreno construiré una casa hermosa, con un jardín lleno de flores. Y cuando tenga mi casa y mi granja, ¡quizás hasta me case y forme una familia feliz!".
Estaba tan contento y emocionado con todos sus planes, imaginando su gran casa y su granja, que empezó a dar pequeños saltitos de alegría sin darse cuenta. Saltito aquí, saltito allá... ¡Ay! De repente, el huevo se le resbaló de la mano.
¡Plaf!
El huevo cayó al suelo y se rompió. La yema amarilla y la clara transparente se esparcieron por el camino.
El señor se quedó mirando el huevo roto. Adiós pollito, adiós gallina, adiós cerdito, adiós vaca, adiós terreno y adiós casa hermosa. Todo su gran plan se había esfumado con ese pequeño huevo roto.
Se quedó un poco triste, pensando que a veces, soñar demasiado con el futuro nos hace olvidar cuidar lo que tenemos en el presente.
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