El Señor Ye y su afición por los dragones
Fábulas chinas
En una tierra donde las historias cobraban vida, vivía un señor muy particular llamado Señor Ye.
Al Señor Ye le encantaba hablar de dragones. "¡Oh, cómo me encantan los dragones!", decía a todo el mundo. Tenía dibujos de dragones en todas sus paredes. Su ropa estaba bordada con dragones de hilos dorados y plateados. Hasta sus tazas y platos tenían forma de dragón. Si alguien le preguntaba cuál era su animal favorito, él respondía sin dudar: "¡Los dragones, por supuesto! Son magníficos, poderosos y tan interesantes".
Hablaba tanto de dragones, y con tanta pasión, que sus palabras viajaron con el viento. Un día, un dragón de verdad, uno enorme y con escamas brillantes como esmeraldas, escuchó sobre el Señor Ye. El dragón pensó: "¡Qué maravilla! Alguien que me aprecia de verdad. ¡Voy a visitarlo para darle una sorpresa agradable!".
Así que el dragón voló y voló, cruzando montañas y ríos, hasta que llegó a la casa del Señor Ye. Con mucho cuidado, para no asustarlo, el dragón asomó su gran cabeza por la ventana del estudio del Señor Ye. Su cola larga y poderosa golpeó suavemente la puerta, como si llamara.
El Señor Ye estaba en su estudio, admirando una nueva pintura de un dragón que acababa de colgar. Escuchó el golpecito en la puerta y luego vio una sombra enorme por la ventana. Se giró y... ¡AHÍ ESTABA! Un dragón de verdad, con sus ojos grandes y brillantes como dos soles, sus cuernos imponentes y su aliento que olía un poquito a humo de fogata.
¿Y qué creen que hizo el Señor Ye, el gran amante de los dragones?
Pues, el Señor Ye pegó un grito que se oyó hasta la aldea vecina. Se puso pálido como un fantasma, sus rodillas empezaron a temblar como gelatina y salió corriendo tan rápido que casi pierde los zapatos, gritando: "¡Un dragón! ¡Un dragón de verdad! ¡Socorro!".
El pobre dragón se quedó muy confundido. Parpadeó sus grandes ojos y pensó: "Pero... ¿no decía que me amaba? ¿No le gustaban mis dibujos y mis historias?".
Y así, el dragón entendió que al Señor Ye le gustaban los dibujos, las estatuas y las historias de dragones, pero un dragón de verdad, grande y real... ¡eso era otra cosa muy diferente! El dragón suspiró, un poquito triste, y se fue volando, pensando que a veces, a la gente le gusta la idea de algo más que la cosa en sí.
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