• El granjero, sus hijos y el haz de leña

    Fábulas de Esopo
    En una granja llena de animales y plantas, vivía un granjero con sus hijos. Estos hijos, aunque se querían, ¡ay!, pasaban el día discutiendo. Que si "tú cogiste mi pala", que si "yo vi primero esa manzana". El granjero, que ya era mayor y se sentía un poco cansado, los miraba preocupado. Sabía que pronto él no estaría para cuidarlos y le preocupaba que sus peleas los separaran.

    Un día, el granjero tuvo una idea. Llamó a sus hijos y les dijo: "Hijos míos, por favor, id al bosque y traedme un manojo de varas delgadas, todas más o menos del mismo tamaño".

    Los hijos, aunque un poco extrañados por el encargo, fueron y volvieron con un buen montón de varas. El padre las tomó y las ató todas juntas con una cuerda fuerte, formando un haz apretado.

    "Ahora", dijo el granjero, entregándoles el haz de varas, "quiero que intentéis romper este manojo, así como está, atado".

    El hijo mayor, que era el más fuerte, lo intentó primero. Agarró el haz con ambas manos y tiró con todas sus fuerzas. ¡Uf, uf! Hizo mucha fuerza, se puso rojo como un tomate, pero el manojo de varas ni se dobló. "No puedo, papá", dijo, jadeando.

    Luego probó el segundo hijo. También era fuerte y lo intentó con ganas, pero nada. El haz de varas seguía intacto. El hijo menor, aunque sabía que no podría, también lo intentó, ¡pero el manojo parecía reírse de sus esfuerzos!

    Entonces, el granjero, con una sonrisa tranquila, desató la cuerda que unía las varas. Cogió una sola varita y se la dio al hijo menor. "Intenta romper esta, hijo".

    ¡Crack! El niño la partió sin ningún esfuerzo. El padre le dio otra al segundo hijo. ¡Crack! También la rompió fácilmente. Y lo mismo hizo el mayor. ¡Crack! En un momento, todas las varas estaban rotas en pedacitos.

    Los hijos se miraron, un poco confundidos.

    El granjero los miró con cariño y les dijo: "¿Veis lo que ha pasado? Cuando las varas estaban todas juntas y bien atadas, ninguno de vosotros pudo romperlas. Eran fuertes. Pero cuando estaban separadas, una por una, las rompisteis con mucha facilidad".

    Hizo una pausa y continuó: "Lo mismo pasa con vosotros, hijos míos. Si permanecéis unidos, si os apoyáis y os ayudáis mutuamente, seréis fuertes como el haz de varas. Nadie podrá haceros daño ni venceros. Pero si seguís discutiendo y os separáis por cualquier tontería, seréis débiles como una sola varita, y cualquiera podrá aprovecharse de vosotros".

    Los hijos se quedaron callados, pensando en las palabras de su padre. Comprendieron la lección. Se miraron, un poco avergonzados por sus peleas, y entendieron que juntos eran mucho más fuertes.

    Desde ese día, aunque a veces todavía tenían alguna pequeña discusión (¡como todos los hermanos!), intentaron recordar siempre el secreto del manojo de varas y se esforzaron por estar unidos y ayudarse.

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