La zorra y el viñador
Fábulas de Esopo
Cierto día, un zorro con una panza que rugía de hambre paseaba por el campo. El sol brillaba y los pajaritos cantaban, pero el zorro solo pensaba en encontrar algo rico para comer.
De repente, sus ojos brillantes vieron algo delicioso: ¡un racimo de uvas enormes y moradas colgando de una parra alta, muy alta! Parecían tan jugosas y dulces que al zorro se le hizo agua la boca.
"Mmm, ¡qué pinta tienen!", pensó el zorro, relamiéndose los bigotes. "¡Serían un postre perfecto!"
Así que tomó carrera y ¡hop!, dio un salto tan alto como pudo. Pero las uvas estaban demasiado arriba. Apenas las rozó con la punta de la nariz.
"¡Uy, casi!", dijo el zorro, sin desanimarse.
Volvió a intentarlo. Tomó más carrera y ¡hop, hop!, saltó con todas sus fuerzas. Estiró el cuello, estiró las patas, pero nada. Las uvas seguían allí, balanceándose suavemente, como si se burlaran de él.
El zorro probó una y otra vez. Saltó hacia la derecha, saltó hacia la izquierda, intentó trepar un poquito por el tronco de la parra, pero era demasiado liso. Se sentó un momento a pensar, mirando las uvas con deseo.
Después de muchos intentos, el zorro estaba cansado y un poco enfadado. Se sacudió el polvo del pelo.
Miró las uvas una última vez, arrugó la nariz y dijo en voz alta, para que cualquiera que escuchara pensara que no le importaba: "Bah, de todas formas, seguro que están verdes y ácidas. No valen la pena tanto esfuerzo. Ni siquiera me apetecen ya".
Y así, el zorro se alejó, moviendo la cola con aire indiferente, intentando convencerse a sí mismo de que no quería esas uvas tan apetitosas que no pudo alcanzar.
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