La zorra y el cocodrilo
Fábulas de Esopo
En un río ancho y tranquilo, donde el sol calentaba el agua y las plantas crecían verdes en las orillas, vivía un cocodrilo al que le encantaba presumir. No de lo rápido que nadaba, ni de lo fuerte que era su mordida, ¡sino de su familia!
Un día, mientras tomaba el sol perezosamente en un banco de arena, vio pasar a un zorro que olisqueaba el aire buscando algo para merendar.
"¡Eh, tú, zorro!" llamó el cocodrilo con vozarrón. "¡Acércate y admira la grandeza de mi linaje!"
El zorro, que era curioso y bastante astuto, se acercó con cautela.
"¿Tu linaje, dices?" preguntó el zorro, moviendo la cola.
"¡Claro que sí!" exclamó el cocodrilo, inflando el pecho. "Mis antepasados fueron los cocodrilos más importantes y nobles de todos los ríos. ¡Reyes y reinas, te lo aseguro! ¡Una familia de pura sangre!"
El zorro miró al cocodrilo de arriba abajo, fijándose en su piel gruesa, llena de escamas duras y con un aspecto un poco áspero. Luego, con una sonrisita pícara, le dijo:
"Vaya, señor Cocodrilo, qué interesante lo que cuenta de sus nobles antepasados. Pero, si me permite decirlo, con esa piel tan gruesa y, digamos, tan... 'trabajada' que tiene usted, uno podría pensar que sus antepasados, más que reyes, ¡eran unos excelentes artesanos del cuero o quizás zapateros muy ocupados!"
El cocodrilo abrió su enorme boca, como si fuera a decir algo muy importante, pero luego la cerró lentamente. Se quedó callado, sin saber qué responder. Nunca nadie le había dicho algo así. Miró su propia piel y, por un momento, le pareció menos noble y más... bueno, como la de alguien que ha trabajado mucho.
El zorro, con una última mirada divertida, siguió su camino en busca de su merienda. Y el cocodrilo, por primera vez, se quedó pensando que quizás no todo es lo que parece, y que las palabras orgullosas no siempre cuentan toda la verdad.
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