• La zorra y el espino

    Fábulas de Esopo
    Un zorro muy listo, pero a veces un poco torpe, corría alegremente por el borde de un camino. De repente, ¡plaf!, resbaló y sintió que iba a caer por un pequeño barranco.

    ¡Ay, qué susto! Para no rodar y hacerse daño, estiró sus patas delanteras y se agarró con todas sus fuerzas a lo primero que encontró. ¡Resultó ser una planta de zarzamora llena de espinas!

    "¡Auch, auch, auch!", gritó el zorro mientras las espinas se le clavaban en sus patitas y en su suave pelaje. Cuando por fin logró estabilizarse, miró a la zarza con cara de pocos amigos.

    "¡Oye, zarza!", le dijo enfadado. "¡Yo te pedí ayuda para no caerme, y tú vas y me llenas de pinchazos! ¡Qué mala amiga eres!"

    La zarza, que había estado allí tranquilita todo el tiempo, movió un poco sus ramas y le contestó con una vocecita rasposa: "Disculpa, amigo zorro, pero tú te agarraste a mí. Yo soy así, estoy llena de espinas. Es mi forma de ser y de protegerme. Si buscabas algo suave, ¡quizás debiste fijarte mejor antes de agarrarte con tanta prisa!"

    El zorro se quedó pensando. La zarza tenía razón. A veces, con las prisas o el miedo, uno no se fija bien a quién pide ayuda. Un poco adolorido, pero habiendo aprendido algo nuevo, el zorro se sacudió las espinas como pudo y siguió su camino, esta vez, mirando con más atención por dónde pisaba.

    1808 Vistas