• El águila y la zorra

    Fábulas de Esopo
    En lo alto de un árbol muy, muy grande, vivía un águila fuerte y con unas alas enormes. Justo debajo, entre las raíces del mismo árbol, tenía su casa un zorro muy listo. El águila y el zorro se conocían y, la verdad, se llevaban bastante bien.

    Un día, el águila tenía mucha hambre, y sus polluelos en el nido también piaban pidiendo comida. Miró hacia abajo y vio a los pequeños zorritos de su amigo el zorro jugando cerca de la madriguera. Sin pensarlo dos veces, ¡zas!, el águila bajó en picada y atrapó a uno de los zorritos. Lo subió volando a su nido para dárselo a sus crías.

    El pobre zorro escuchó los chillidos de su hijito y vio lo que había pasado. ¡Qué tristeza y qué enfado sintió!
    "¡Amiga águila!", gritó el zorro con lágrimas en los ojos. "¡Por favor, devuélveme a mi pequeño!"
    Pero el águila, desde la seguridad de su altura, no le hizo mucho caso. Pensaba que el zorro no podía hacerle nada.

    El zorro estaba desesperado. No podía volar, ¿cómo iba a rescatar a su zorrito?
    De repente, vio que unos campesinos habían dejado una fogata encendida no muy lejos. ¡Tuvo una idea!
    Corrió hacia la fogata, agarró con cuidado una rama que tenía una punta encendida y regresó al árbol del águila. Empezó a juntar hojas secas y ramitas alrededor del tronco y amenazó con prenderle fuego al árbol si no le devolvía a su hijo.

    El águila, al ver el humo que empezaba a subir y el peligro de que su nido y sus propios polluelos se quemaran, se asustó muchísimo.
    "¡No, no! ¡Espera!", gritó el águila. "¡No quemes el árbol! ¡Te devolveré a tu hijo!"
    Y así fue. El águila bajó con cuidado al zorrito y se lo entregó a su papá, sano y salvo.

    El zorro estaba muy feliz de tener a su pequeño de vuelta. El águila se sintió un poco avergonzada. Desde ese día, el águila aprendió que no hay que abusar de los amigos, y que hasta el más humilde puede encontrar la forma de defender lo que más quiere.

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