• El viajero miedoso

    Fábulas de Esopo
    En un camino lleno de sol y flores, iba caminando un viajero un poquito miedoso. No es que fuera un cobarde total, pero sí se asustaba con facilidad. De repente, ¡zas!, tropezó con algo. Miró al suelo y vio una bolsa de cuero. Con curiosidad, la abrió y… ¡estaba llena de monedas de oro brillante!

    "¡Qué suerte la mía!", pensó el viajero, y sus ojos brillaron más que el oro. "¡Soy rico, soy rico!".

    Pero esa alegría le duró poco. Enseguida, un pensamiento un poco oscuro le nubló la sonrisa: "¿Y si alguien me ve con todo este dinero? ¿Y si un ladrón intenta quitármelo?".

    De pronto, cada sombra parecía un bandido y cada crujido de hojas, pasos de alguien que lo seguía. Empezó a mirar a todos lados con desconfianza, apretando la bolsa contra su pecho como si fuera un tesoro pirata. Caminaba de puntillas, intentando no hacer ruido.

    En eso, vio a lo lejos a otro viajero que se acercaba por el mismo camino.

    "¡Ay, no!", pensó nuestro amigo miedoso. "¡Seguro que es un ladrón que viene a robarme mis monedas!". Se puso pálido como un fantasma y empezó a sudar frío. Intentó esconder la bolsa debajo de su chaqueta, pero se le notaba mucho el bulto.

    El segundo viajero, que era un hombre tranquilo y normal, vio a este personaje tan nervioso, que lo miraba con ojos de susto y escondía algo con disimulo. "¿Qué le pasará a este hombre?", pensó el segundo viajero. "Parece muy sospechoso, como si hubiera hecho algo malo. ¡Quizás él es un ladrón y quiere atacarme!".

    Así que, para protegerse, el segundo viajero se preparó. Cuando se cruzaron, el primer viajero, muerto de miedo, dio un respingo y casi se cae. El segundo viajero, pensando que lo iban a atacar, lo empujó un poquito para defenderse.

    Con el susto y el empujón, la bolsa de monedas se le cayó al viajero miedoso, ¡y todas las monedas de oro rodaron por el suelo!

    El segundo viajero, al ver tanto oro, se sorprendió. Pensó: "¡Vaya! ¡Quizás este hombre nervioso acababa de robar esto!". Y como nadie reclamaba el dinero y el primer viajero estaba demasiado asustado para decir nada, el segundo recogió las monedas y siguió su camino, un poco confundido pero con los bolsillos más llenos.

    Nuestro pobre viajero miedoso se quedó allí sentado en el polvo, sin sus monedas y pensando que, a veces, tener tanto miedo puede hacer que suceda justo lo que uno más teme.

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