• El perro hambriento

    Fábulas de Esopo
    En un pueblo lleno de olores deliciosos, vivía un perrito llamado Bruno. Bruno siempre tenía un poquito de hambre, ¡o mucha!

    Un día de sol brillante, después de olfatear por aquí y por allá, ¡zas! Bruno encontró un hueso maravilloso. Era grande, con un poquito de carne todavía pegada. ¡Qué contento se puso! Meneaba la cola tan rápido que parecía un abanico.

    Para llegar a su rincón favorito y disfrutar de su tesoro, Bruno tenía que cruzar un pequeño puente de madera que pasaba sobre un río tranquilo. Caminaba con cuidado, con su hueso bien sujeto en la boca.

    A mitad del puente, Bruno miró hacia abajo, al agua clara. Y allí, ¡sorpresa! Vio a otro perro. Ese perro también llevaba un hueso en la boca. Y, ¡caramba!, el hueso de ese otro perro parecía ¡aún más grande y más apetitoso que el suyo!

    Bruno no lo pensó mucho. "¡Guau!", pensó, "¡Quiero ese hueso también! ¡Será mío!".

    Así que, para asustar al otro perro y quitarle su hueso, Bruno abrió la boca grande para ladrarle con todas sus fuerzas: "¡GUAUUUUU!".

    Pero, ¡ay, qué despiste! Al abrir la boca, su propio hueso delicioso se cayó. ¡Plof! Hizo un ruidito al chocar con el agua y se hundió, hundiéndose hasta el fondo del río.

    Bruno miró el agua. El otro perro y su hueso gigante también habían desaparecido, porque, claro, ¡solo era su propio reflejo!

    El pobre Bruno se quedó sin su hueso y sin el hueso que creyó ver. Se fue del puente muy triste y con la barriga vacía, pensando que, a veces, por querer demasiado, uno puede perder lo bueno que ya tiene.

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