Un día de mucho calor, un zorro un poco despistado caminaba por el campo. Iba pensando en sus cosas, mirando las mariposas, cuando de repente, ¡zas! Cayó dentro de un pozo profundo.

El pozo no tenía mucha agua, pero sí paredes muy altas y resbaladizas. El zorro intentó saltar, trepar, pero nada. "¡Ay, ay, ay!", se quejaba. "¿Cómo voy a salir de aquí?".

Al rato, pasó por allí una cabra. Tenía muchísima sed y buscaba agua por todas partes. Vio el pozo y se asomó con curiosidad.
"¡Hola! ¿Hay alguien ahí abajo?", preguntó la cabra.
El zorro, al verla, tuvo una idea muy astuta. Puso su mejor cara y respondió:
"¡Hola, amiga cabra! ¡Qué alegría verte! Sí, estoy aquí abajo disfrutando de esta agua tan fresca y deliciosa. ¡Es la mejor que he probado en mi vida! ¿Quieres un poco?".

La cabra, que solo pensaba en lo sedienta que estaba, no se lo pensó dos veces.
"¡Claro que sí!", dijo. Y sin mirar bien, ¡plof!, saltó dentro del pozo.
Bebió y bebió hasta que ya no tuvo más sed. Entonces, miró a su alrededor.
"Oye, zorro", dijo la cabra, "¿y cómo vamos a salir de aquí ahora?".

El zorro sonrió con picardía.
"Muy fácil, amiga. Apóyate con tus patas delanteras en la pared y levanta bien tus cuernos. Yo subiré por tu espalda, saltaré fuera, y luego te ayudaré a ti".
A la cabra le pareció un buen plan. Así que se apoyó en la pared y levantó sus cuernos lo más alto que pudo.

El zorro, ágil como un relámpago, trepó por la espalda de la cabra, usó sus cuernos como escalón, dio un gran salto y ¡hop!, ya estaba fuera del pozo.
La cabra, desde abajo, esperaba.
"¡Muy bien, zorro! ¡Ahora ayúdame a mí!".
Pero el zorro, ya a salvo, se sacudió el polvo y le dijo desde arriba:
"Amiga cabra, si hubieras sido tan lista para pensar cómo salir como lo fuiste para entrar, no estarías ahí abajo. ¡Adiós!".
Y el zorro se fue corriendo, dejando a la pobre cabra sola en el fondo del pozo, aprendiendo que hay que pensar bien las cosas antes de actuar y no fiarse de cualquiera tan fácilmente.

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