• Las migas de pan sobre la mesa

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En una granja muy alegre, donde el sol siempre parecía sonreír, vivían un gallo muy elegante y una gallina muy trabajadora. El gallo se llamaba Kiko y la gallina se llamaba Kika.

    Un día, mientras Kiko y Kika picoteaban buscando su desayuno entre la hierba, ¡zas! Kiko vio algo que brillaba muchísimo.
    "¡Kika, Kika, mira lo que encontré!", cacareó Kiko emocionado.
    Kika se acercó corriendo con sus patitas rápidas. "¿Qué es, Kiko? ¿Un gusano gordo y jugoso?"
    "¡Mucho mejor!", dijo Kiko, apartando unas hojas con su pico. Allí, en el suelo, había una perla grande y redonda, tan blanca como la nieve y brillante como una estrella.
    "¡Oh!", exclamó Kika. "Es muy bonita. ¿Pero... se puede comer?"
    Kiko la miró un poco extrañado. "No lo sé, Kika. Pero es tan brillante... ¡Debe ser algo muy valioso! Quizás podamos cambiarla por un saco entero del mejor maíz".
    Kika picoteó la perla con curiosidad. "Mmm, es dura", dijo. "No creo que sepa a maíz. Ni a bichitos. ¿Para qué queremos algo que no podemos comer, Kiko?"
    Kiko se quedó pensando. La perla era preciosa, sí. Pero su barriguita empezaba a hacer ruiditos. Y la de Kika también.
    "Tienes razón, Kika", dijo Kiko después de un momento. "Es muy linda, pero no nos llena la panza. Busquemos mejor esas miguitas de pan que dejó el granjero en la mesa del jardín, o unos buenos granos de trigo".
    Kika asintió contenta. "¡Sí! ¡Eso sí que es un tesoro para nosotros!"
    Y así, el gallo Kiko y la gallina Kika dejaron la perla brillante en el suelo y se fueron juntos a buscar su verdadero desayuno, ese que sí podían disfrutar y les daba energía para jugar todo el día en la granja. Para ellos, unas simples migas de pan o unos granos de maíz eran mucho más valiosos que todas las perlas del mundo.

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