La Luna
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un rincón del mundo, donde el sol se despedía muy pronto y la noche era larga y oscura como boca de lobo, vivían gentes que apenas conocían la luz. Un día, cuatro amigos jóvenes y curiosos decidieron viajar para ver qué había más allá de su tierra sombría.
Caminaron y caminaron hasta que llegaron a un país donde, ¡sorpresa!, por la noche brillaba una esfera luminosa colgada de un roble alto. La gente de allí la llamaba "la luna" y les contó que el alcalde la había comprado y la encendía cada noche pagando un poquito para que diera luz.
A los cuatro amigos les pareció una idea fantástica. "¡Nosotros también queremos una luna!", exclamaron. Así que, ni cortos ni perezosos, esperaron a que todos durmieran, buscaron una escalera, descolgaron la luna con mucho cuidado, la subieron a una carreta y la taparon con una manta para que nadie la viera.
Regresaron a su tierra oscura y colgaron la luna en el roble más grande del pueblo. ¡Qué maravilla! De repente, todo se iluminó. Las casas, los caminos, ¡hasta las caras sonrientes de la gente! Los cuatro amigos se sintieron muy orgullosos y decidieron que, como la luna era suya, cobrarían un poquito a cada familia para mantenerla encendida y brillante. Y así fue, la gente pagaba con gusto un poquito de aceite para la lámpara de la luna.
Pasaron los años, y los cuatro amigos se hicieron viejitos. Cuando el primero sintió que sus días llegaban a su fin, dijo: "He trabajado mucho por esta luna, quiero llevarme una cuarta parte conmigo al mundo de abajo". Y así se hizo. Cuando murió, cortaron un trozo de la luna y lo enterraron con él. La luna en el cielo perdió un poco de su brillo.
Poco después, el segundo amigo también se puso muy anciano y pidió su parte. Otro cuarto de luna fue cortado y enterrado. La luna brillaba cada vez menos. Lo mismo ocurrió con el tercer amigo. Y finalmente, cuando el cuarto amigo murió, se llevó el último pedazo. La tierra volvió a quedar a oscuras, pero ahora, el mundo de abajo, donde iban los que dormían para siempre, empezó a iluminarse.
Con los cuatro trozos de luna reunidos allí, el mundo subterráneo se volvió tan brillante que los difuntos se despertaron. Estaban sorprendidos, ¡pero contentos! Empezaron a levantarse, a charlar, a bailar y a hacer una fiesta que ni te imaginas. ¡Había tanto jaleo y tanta alegría!
El ruido llegó hasta el cielo, donde San Pedro estaba intentando echar una siesta. "¿Pero qué es todo este alboroto?", se preguntó. Bajó a ver qué pasaba y encontró el mundo de abajo iluminado como si fuera de día y a todos de fiesta. San Pedro pensó: "Esta luna es demasiado bonita para estar solo aquí abajo causando tanto revuelo".
Así que recogió los cuatro pedazos, los unió con cuidado hasta formar una esfera perfecta y brillante otra vez. Luego, subió muy, muy alto y colgó la luna en el cielo, para que brillara para todos: para los de arriba, para los de abajo, y para todos los rincones del mundo.
Y desde ese día, la luna nos alumbra por la noche, redonda y resplandeciente, recordándonos la aventura de aquellos cuatro amigos y cómo, a veces, hasta de una travesura puede salir algo bueno para todos.
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