El Rey Pájaro
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un bosque verde y frondoso, donde los árboles se alzaban como gigantes amables, vivían muchos animales. Un día de verano, mientras el sol calentaba la tierra, el Oso, grande y un poco presumido, paseaba con el Lobo.
"Mira qué pequeños son esos pájaros", dijo el Oso con vozarrón. "¡Apuesto a que yo soy el rey de todos los animales! Nadie es más fuerte ni más importante que yo".
Un pajarito muy pequeño, el reyezuelo, que estaba cerca en una rama, escuchó esto y se enfadó un poquito. Aunque era chiquitín, ¡tenía un gran corazón y era muy listo!
"¡Oiga, señor Oso!", cantó el reyezuelo. "¿Dice usted que es el rey? Pues yo creo que podríamos competir por ese título".
El Oso soltó una carcajada tan fuerte que las hojas temblaron. "¿Tú? ¿Un pajarito tan diminuto como tú quiere competir conmigo?".
"Así es", respondió el reyezuelo con valentía. "Propongo una prueba: quien vuele más alto, ese será el rey de los animales".
Al Oso le pareció una idea divertida, seguro de que ningún pájaro podría volar más alto que el águila, y él era amigo del águila. "¡Acepto!", bramó.
Se reunieron todos los pájaros. El águila, la más poderosa, se preparó para volar. Pero el reyezuelo, que era muy astuto, tuvo una idea. Sin que nadie lo viera, se escondió entre las plumas de la cabeza del águila.
"¡Listos, fuera!", gritó el Lobo.
El águila batió sus enormes alas y subió, subió, subió, más alto que las montañas, casi tocando las nubes. Cuando ya no pudo subir más, gritó: "¡He llegado lo más alto! ¡Soy la reina de los aires!".
Pero entonces, el reyezuelo salió de su escondite en la cabeza del águila, dio un pequeño saltito y voló un poquito más arriba. "¡No tan rápido!", cantó. "¡Yo estoy más alto! ¡Yo soy el rey!".
El águila se sorprendió, y todos los pájaros abajo se quedaron con el pico abierto. El Oso no podía creerlo. ¡Un pajarito le había ganado en astucia! Estaba muy, muy enfadado.
"¡Esto no se queda así!", gruñó el Oso y se fue a su cueva, refunfuñando.
El reyezuelo volvió a su nido, donde lo esperaban su esposa y sus polluelos. Los pequeños tenían mucha hambre. "Papá, papá, ¿ahora que eres el rey nos traerás comida rica?", piaron.
"Claro que sí", dijo el reyezuelo. "Esperad un momento".
Voló hasta la entrada de la cueva del Oso y cantó con fuerza: "¡Señor Oso, señor Oso! ¡Sus súbditos tienen hambre! ¡El rey reyezuelo ordena que traiga comida a su nido!".
El Oso se puso rojo de furia. "¡Ahora verás, pajarito insolente!", y mandó al Zorro. "Zorro, ve a ese nido y saca a esos pájaros de ahí. ¡Diles que yo soy el que manda!".
El Zorro, que era muy astuto, se acercó sigilosamente al nido del reyezuelo. Pero cuando estaba a punto de meter el hocico, el reyezuelo asomó la cabeza y dijo: "¡Cuidado, Zorro! Si te atreves a tocar mi nido o a mi familia, llamaré a todos mis amigos los insectos picadores, y te dejarán el trasero como un colador".
El Zorro, que le tenía mucho miedo a las picaduras, retrocedió asustado y le contó al Oso que no podía hacer nada.
El Oso estaba que echaba humo por las orejas. "¡Tendré que ir yo mismo!", decidió.
Se acercó al árbol donde estaba el nido del reyezuelo y empezó a trepar. Cuando estaba llegando, el reyezuelo le dijo a su esposa: "Asoma un poco la cabeza y grita con todas tus fuerzas que se rinda".
La esposa del reyezuelo asomó la cabeza y gritó: "¡Ríndete, Oso! ¡O te las verás con el poder del rey!".
El Oso miró hacia arriba, esperando ver algo terrible, pero solo vio a la pequeña pájara. Sin embargo, el reyezuelo tenía un plan. Había llamado a su amigo más pequeño y molesto: un mosquito muy zumbón.
Justo cuando el Oso iba a dar un manotazo al nido, el mosquito voló directo y le picó en la punta de la nariz, el lugar más sensible del Oso.
"¡AY, AY, AY, MI NARIZ!", gritó el Oso, soltando la rama y cayendo al suelo con un gran ¡PLOF! Salió corriendo hacia el río para meter la nariz en el agua fría, olvidándose por completo del reyezuelo y su nido.
Los polluelos del reyezuelo, al ver al Oso huir, gritaron de alegría: "¡Viva nuestro papá, el rey más listo del bosque!".
Y desde ese día, aunque el Oso seguía siendo el más grande y fuerte, todos los animales supieron que el pequeño reyezuelo, con su inteligencia y valentía, era un verdadero rey. Y el Oso aprendió que no hay que subestimar a los pequeños, porque la astucia puede ser más poderosa que la fuerza.
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