Blancanieves y Rosarroja
Cuentos de los Hermanos Grimm
En una casita acogedora, al borde de un gran bosque, vivía una buena mujer con sus dos hijas. Una se llamaba Blanca Nieves, porque era dulce y tranquila como un copo de nieve. Le encantaba leer y ayudar en casa. La otra era Rosa Roja, alegre y juguetona como una rosa de primavera, siempre corriendo por el jardín. Las dos hermanas se querían mucho y eran muy buenas con todos los animalitos del bosque.
Una noche de invierno, cuando la nieve caía y el viento soplaba fuerte, alguien llamó a la puerta: ¡Toc, toc, toc! La mamá abrió un poquito y ¡oh, sorpresa! Era un oso enorme. Al principio se asustaron, pero el oso habló con voz suave: "Tengo mucho frío, ¿puedo calentarme un poquito junto a su fuego?"
La mamá, que era muy amable, le dijo: "Claro que sí, pobre oso. Entra y sécate". Blanca Nieves y Rosa Roja pronto perdieron el miedo. Limpiaron la nieve de su lomo y jugaron con él cerca de la chimenea. El oso se quedó con ellas todo el invierno. Por la mañana se iba al bosque y por la noche volvía para dormir calentito.
Cuando llegó la primavera, el oso les dijo: "Amigas mías, tengo que irme. Debo proteger mis tesoros de los duendes malvados que viven bajo tierra y aprovechan cuando el sol derrite la nieve para salir a robar". Las niñas se pusieron tristes, pero entendieron. El oso se despidió con un abrazo y se marchó.
Un día, Blanca Nieves y Rosa Roja fueron al bosque a buscar leña. De pronto, oyeron unos gritos agudos. Corrieron a ver qué pasaba y encontraron a un duende pequeño con una barba larguísima atrapada en la raja de un árbol. El duende saltaba y gritaba furioso.
"¡Ayúdenme, niñas tontas! ¿No ven que estoy atascado?"
Blanca Nieves sacó unas tijeritas de su bolsillo y, con mucho cuidado, cortó la punta de la barba del duende para liberarlo.
Pero el duende, en lugar de darles las gracias, les gritó: "¡Qué barbaridad! ¡Me han cortado mi hermosa barba! ¡Son unas maleducadas!" Y se fue refunfuñando, llevándose un saco que tenía escondido.
Otro día, las hermanas estaban pescando en el río. De repente, vieron al mismo duende. Esta vez, su barba se había enredado en el sedal de su caña de pescar, y un pez grande tiraba de él hacia el agua.
"¡Socorro! ¡Este pez me va a ahogar!" chillaba el duende.
Rosa Roja, rápida como un rayo, volvió a cortar un trozo de la barba del duende con las tijeritas.
El duende, otra vez enfadado, les gritó: "¡Otra vez ustedes! ¡Siempre estropeando mi barba! ¡Son unas torpes!" Y se marchó corriendo con otro saco lleno de algo.
Una tercera vez, la mamá mandó a las niñas a la ciudad a comprar hilos y agujas. Por el camino, vieron un águila grande que volaba en círculos y luego se lanzaba en picado. Oyeron un grito y ¡era el duende! El águila lo había agarrado y se lo quería llevar.
Las valientes niñas agarraron al duende por las piernas y tiraron con todas sus fuerzas hasta que el águila lo soltó.
Cuando el duende se recuperó del susto, en vez de agradecerles, les chilló: "¡No podían dejarme en paz! ¡Casi me matan! ¡Siempre metiéndose donde no las llaman!"
Pero justo cuando iba a insultarlas más, apareció un oso grande corriendo desde el bosque. ¡Era su amigo el oso!
El duende, muerto de miedo, gritó: "¡No me comas, querido oso! ¡Llévate a estas niñas feas en mi lugar! ¡Te daré todas mis riquezas!"
Pero el oso, sin hacerle caso, le dio un fuerte golpe con su pata. El duende gruñón desapareció para siempre.
En ese instante, la piel de oso cayó al suelo y en su lugar apareció un príncipe muy guapo, vestido con ropas doradas.
Blanca Nieves y Rosa Roja estaban asombradísimas.
"No tengan miedo," dijo el príncipe sonriendo. "Yo era el oso. Ese duende malvado me había robado mi tesoro y me convirtió en oso con un hechizo. Solo su muerte podía romper el encantamiento. Ustedes, al ayudarme sin saberlo y al ser tan buenas, me han salvado".
Blanca Nieves se casó con el príncipe, y Rosa Roja, poco después, se casó con el hermano del príncipe, que también era muy bueno y apuesto. La mamá se fue a vivir con ellas al castillo. Y todos vivieron muy felices, recordando siempre a su amigo el oso y las aventuras que habían compartido.
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