• El acertijo

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un reino lleno de sol y flores, vivía una princesa que no era como las demás. A ella le encantaban los acertijos, ¡y era muy buena inventándolos! Tanto, que anunció que solo se casaría con quien pudiera resolver el acertijo más especial que ella propusiera.

    Muchos príncipes y caballeros valientes lo intentaron. Pero el acertijo de la princesa era tan astuto que todos se rascaban la cabeza y, al final, tenían que marcharse un poco tristes.

    Un día, llegaron al palacio tres hermanos sastres. Los dos mayores eran un poco presumidos y decían: "¡Seguro que nosotros lo adivinamos!". Pero, ¡zas!, fallaron como los demás.

    El hermano menor era más callado y le gustaba observar todo con atención. Cuando le tocó el turno, la princesa le dijo con una sonrisa: "Dime, buen hombre, ¿qué es algo que tuve en mi cabeza, de dos colores diferentes, uno claro y otro oscuro?"

    El joven sastre pidió un poco de tiempo para pensar. Salió a dar un paseo por el campo para aclarar sus ideas. Mientras caminaba, vio un caballo blanco que ya no se movía, y cerca de él, un cuervo muy negro picoteaba algo.

    El sastre se acercó y vio que el cuervo había dejado caer una de sus plumas negras junto a un hueso blanquísimo del caballo. "¡Ajá!", pensó el sastre. "Blanco y negro... ¡Tengo una idea!"

    Con mucho cuidado, tomó el hueso blanco y la pluma negra. Regresó al palacio y, con sus hábiles manos de sastre, unió el hueso y la pluma de una forma ingeniosa, como si fuera un pequeño adorno.

    Se presentó ante la princesa y le dijo: "Princesa, lo que tuviste en tu cabeza, con un color claro y otro oscuro, podría ser esto". Y le mostró el hueso blanco adornado con la pluma negra.

    La princesa abrió mucho los ojos y luego sonrió de oreja a oreja. "¡Exacto!", exclamó. "¡El blanco del hueso y el negro de la pluma! ¡Has resuelto mi acertijo!"

    El joven sastre no solo era observador, sino también muy listo. La princesa estaba tan contenta con su inteligencia y su sencillez que decidió que él era el indicado.

    Y así, el sastre humilde y observador se casó con la princesa lista y alegre. Y seguro que en su castillo nunca faltaron los acertijos divertidos ni las risas.

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