El huso abandonado
Cuentos de los Hermanos Grimm
En una casita muy, muy sencilla, al borde de un bosque frondoso, vivía una joven huérfana con su madrina. La madrina era viejita y muy buena. Un día, llamó a la muchacha y le dijo: "Querida, ya soy muy mayor y pronto me iré. Te dejo esta casa para que vivas y, para que nunca te falte nada, te doy mis tesoros: este huso para hilar, esta lanzadera para tejer y esta aguja para coser. Si los usas con cuidado, te traerán mucha felicidad."
La muchacha agradeció a su madrina y cuidó mucho de sus regalos. Era muy trabajadora y aprendió a hilar de maravilla con el huso. El hilo que hacía era fino y fuerte. Con la lanzadera, tejía telas suaves y bonitas. Y con la aguja, cosía ropas y arreglaba todo lo que se rompía. Parecía que todo lo que tocaba con estas herramientas se volvía especial.
Un día, el príncipe del reino anunció que iba a dar una gran fiesta para encontrar esposa. Pero tenía una condición un poco rara: quería casarse con la chica que fuera "la más pobre y, al mismo tiempo, la más rica". Todas las jóvenes del reino se preguntaban qué significaría eso.
Nuestra muchacha pensó: "Yo soy pobre, eso seguro. Pero, ¿rica? No tengo oro ni joyas." Aun así, decidió prepararse. Tomó su huso y empezó a hilar el lino más fino. De repente, ¡zas! el huso saltó de sus manos y, como si tuviera vida propia, salió volando por la ventana, dejando un brillante hilo dorado tras de sí.
"¡Ay, mi huso!" exclamó la joven, y corrió tras él. El huso volaba y volaba, y el hilo dorado se extendía por el camino, brillando bajo el sol. La muchacha lo siguió, sin aliento, hasta que el huso llegó al castillo del príncipe y se coló por una ventana abierta, desapareciendo dentro.
La joven, un poco triste por haber perdido su huso, recordó la lanzadera. La sacó de su bolsillo y, apenas la tuvo en sus manos, la lanzadera empezó a moverse sola. ¡Plof, plof, plof! Iba y venía, tejiendo una alfombra maravillosa con el hilo que aún quedaba en ella. La alfombra era tan bella, con flores y pájaros de colores, que parecía un jardín mágico. La lanzadera siguió tejiendo y tejiendo, creando un camino de alfombra que llevaba directamente hacia la misma ventana por donde había entrado el huso.
Cuando la alfombra llegó a la pared del castillo, la muchacha sacó su aguja. Y, ¡qué sorpresa! La aguja empezó a coser sola, subiendo por la pared y adornando la alfombra con bordados de perlas y pequeñas gemas que parecían aparecer de la nada. Hacía dibujos de estrellas y lunas, y todo brillaba con una luz suave.
Mientras tanto, el príncipe estaba en su balcón y vio el brillante hilo dorado. Luego vio la increíble alfombra que crecía y los bordados que la adornaban. Asombrado, siguió el rastro de estas maravillas hasta que encontró a la joven.
"Dime, buena muchacha," preguntó el príncipe, "¿son tuyas estas maravillas? Este hilo, esta alfombra, estos bordados..."
"Sí, alteza," respondió ella con timidez. "Son obra de mi huso, mi lanzadera y mi aguja."
El príncipe sonrió. "Entonces, tú eres la que buscaba. Eres pobre en posesiones, pues vienes con ropas sencillas. Pero eres inmensamente rica en habilidad, en trabajo y en la magia de tus manos y tus herramientas. Eres la más pobre y, al mismo tiempo, la más rica."
Y así fue como la joven huérfana se casó con el príncipe. En la boda, la alfombra tejida por la lanzadera fue el camino hacia el altar, y el vestido de la novia estaba adornado con los bordados de la aguja mágica. El huso, la lanzadera y la aguja fueron guardados en el tesoro real, como recuerdo de que el trabajo honesto y la habilidad son las mayores riquezas. Y todos vivieron muy felices.
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