• El pobre aprendiz de molinero y la gatita

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un molino muy, muy viejo, donde las ruedas giraban y giraban haciendo ¡chaca-chaca!, vivía un molinero con sus tres ayudantes. El molinero ya estaba un poco cansado de tanto trabajar y quería dejarle el molino al más listo y trabajador de sus chicos.

    Un día los llamó y les dijo: "Escuchadme bien. El que me traiga el caballo más bonito de todos, se quedará con el molino cuando yo ya no esté".

    Los dos ayudantes mayores, que eran un poco fanfarrones, se miraron y sonrieron. "¡Eso está hecho!", pensaron. Creían que sería muy fácil. Pero el ayudante más joven, que se llamaba Juan, era un chico sencillo y de buen corazón, y no tenía ni idea de dónde iba a sacar un caballo bonito. Los otros dos se burlaron un poquito de él: "¿Tú, Juan? ¿Encontrar un caballo? ¡Seguro que traes un burro con tres patas!".

    Juan se puso un poco triste, pero se despidió y se fue caminando por el bosque, pensando y pensando. Anduvo tanto que llegó a un lugar que no conocía. De repente, vio un castillo muy curioso, con tejados puntiagudos y ventanas que parecían sonreír. Llamó a la puerta y, para su sorpresa, ¡le abrió una gata! Pero no era una gata cualquiera. Era una gata muy elegante, con un collar de perlas y unos bigotes muy tiesos.

    "Miau... digo, buenas tardes, jovencito", dijo la gata con una vocecita muy fina. "¿Qué te trae por mi humilde castillo?".

    Juan, un poco asombrado de que una gata hablara, le contó su problema: que necesitaba el caballo más bonito del mundo para su jefe, el molinero.

    La gata se atusó los bigotes y dijo: "Mmm, un caballo bonito, ¿eh? Pues mira, si te quedas conmigo siete años y me sirves con alegría, te daré el caballo más espectacular que hayas visto jamás".

    Siete años parecían mucho tiempo, ¡pero Juan era un chico paciente y no tenía otro plan! Así que aceptó.

    Durante siete años, Juan trabajó para la gata. ¡Y qué trabajo tan curioso! Tenía que cortar leña con un hacha de plata, segar la hierba con una hoz de oro y barrer el castillo con una escoba hecha de plumas de pavo real. En el castillo vivían muchos otros gatos, que eran los sirvientes de la Gata Jefa. Unos tocaban el violín con sus patitas, otros cocinaban ratones de mazapán, ¡y todos eran muy amables con Juan!

    Cuando pasaron los siete años, que se fueron volando como un pajarito, la gata llamó a Juan. "Querido Juan", dijo, "has sido un sirviente maravilloso. Has trabajado con alegría y siempre con una sonrisa. Ahora, dime, ¿qué es lo que más deseas?".

    Juan, que no se había olvidado de su promesa, respondió: "Mi señora gata, lo que más deseo es ese caballo tan bonito que me prometió".

    La gata sonrió (o eso le pareció a Juan) y lo llevó a un establo mágico. Allí, entre algodones de azúcar y heno que olía a fresas, ¡estaba el caballo más increíble del mundo! Era blanco como la nieve, con la crin y la cola que brillaban como hilos de oro. ¡Parecía un caballo de cuento! La gata también le dio a Juan ropas nuevas y elegantes, dignas de un príncipe.

    Juan se despidió muy agradecido de la gata y de todos sus amigos gatunos, montó en su caballo deslumbrante y cabalgó de vuelta al molino.

    Cuando llegó, sus dos compañeros ya estaban allí. Uno había traído un caballo cojo y tuerto, y el otro, una yegua vieja y flacucha que apenas podía tenerse en pie. Cuando vieron a Juan llegar en aquel caballo que parecía sacado de un sueño, ¡se quedaron con la boca abierta hasta el suelo!

    El viejo molinero, al ver semejante maravilla, no tuvo ninguna duda. "¡Juan!", exclamó feliz. "¡Este es, sin duda, el caballo más bonito que he visto en mi vida! ¡El molino es tuyo!".

    Pero la historia no acaba aquí. Justo cuando estaban celebrando, apareció la elegante gata en la puerta del molino. Dio un pequeño maullido y, ¡zas!, ante los ojos de todos, la gata se transformó en una princesa bellísima, con un vestido que brillaba más que el sol.

    Resulta que un hechicero malvado la había convertido en gata, y solo el servicio leal y desinteresado de alguien de buen corazón durante siete años podía romper el encantamiento. ¡Y ese alguien había sido Juan! El castillo del bosque era su reino, y los gatos sirvientes eran en realidad sus cortesanos, también encantados.

    Juan, que ahora era dueño de un molino y amigo de una princesa, no se lo pensó dos veces. Se casó con la princesa, y fueron increíblemente felices. Y de vez en cuando, para recordar los viejos tiempos, la princesa ronroneaba un poquito y Juan le ofrecía un platito de leche tibia. Y todos en el reino, incluidos los antiguos gatos-cortesanos, vivieron contentos para siempre.

    2007 Vistas