• El hombre piel de oso

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    Hace muchos, muchos años, cuando los soldados volvían de la guerra, uno de ellos se encontró sin un céntimo en el bolsillo y sin saber qué hacer. Caminaba triste por el bosque cuando, de repente, un hombre con una capa verde y una pata un poco rara se le apareció.

    "¿Qué te pasa, soldado?", preguntó el hombre de verde.
    "No tengo dinero ni trabajo", respondió el soldado.
    "¡Yo te puedo ayudar!", dijo el hombre de verde con una sonrisa astuta. "Te daré oro, mucho oro, más del que puedas soñar. Pero a cambio, durante siete años, no te lavarás, ni te peinarás, ni te cortarás las uñas. Y llevarás esta piel de oso encima de tu ropa, día y noche. Si cumples, serás rico y libre. Si no, bueno, serás mío".

    El soldado pensó que no tenía nada que perder y aceptó el trato. El hombre de verde le dio la piel de oso, que olía un poco fuerte, y un bolsillo que siempre, siempre estaba lleno de monedas de oro.

    Así, el soldado, ahora conocido como el Hombre Oso, empezó sus siete años. La gente lo miraba raro. ¡Imagínate! Un hombre cubierto de pelo, sucio y con uñas largas. ¡Parecía un oso de verdad! Muchos le tenían miedo y no se le acercaban. Pero él, con su bolsillo mágico, hacía el bien: pagaba las deudas de los pobres y ayudaba a quien lo necesitaba.

    Un día, después de casi cuatro años, llegó a una posada donde vivía un posadero con sus tres hijas. Las dos hijas mayores, al ver al Hombre Oso, hicieron caras de asco y dijeron: "¡Puaj! ¡Qué hombre tan sucio y peludo! ¡Huele a oso!". Y salieron corriendo.

    Pero la hija menor, que era muy amable y tenía un corazón bueno, sintió curiosidad y un poco de pena por él. Se acercó y le habló con dulzura. Al Hombre Oso le gustó tanto su bondad que, antes de irse, le dio la mitad de un anillo de oro. "Guárdalo", le dijo. "Si en tres años sigo vivo y vuelvo, y este anillo encaja con la otra mitad que yo tendré, nos casaremos". La joven, conmovida, guardó el trozo de anillo.

    El Hombre Oso siguió su camino, haciendo el bien con su dinero. Las dos hermanas mayores se burlaban de la pequeña: "¿Casarte con ese monstruo? ¡Qué risa!". Pero ella esperaba con paciencia.

    Pasaron los siete años. ¡Siete años sin lavarse! ¡Uf! El hombre de la capa verde apareció de nuevo, justo cuando el tiempo se cumplía. Vio que el soldado había cumplido su promesa.
    "¡Bien hecho!", dijo el hombre de verde. Entonces, lo lavó, lo peinó, le cortó las uñas y le dio ropa nueva y elegante. ¡El Hombre Oso se transformó en un caballero guapísimo y muy rico! La piel de oso desapareció.

    El joven, ahora limpio y elegante, fue directo a la posada. Las dos hermanas mayores, al ver a un caballero tan apuesto y con tanto dinero, se pusieron sus mejores vestidos y quisieron impresionarlo. Cada una quería casarse con él.
    Pero cuando llegó la hermana menor, vestida con sencillez, el caballero la miró con cariño. Sacó su mitad del anillo. Ella, emocionada, sacó la suya de un cajoncito. ¡Y las dos mitades encajaron perfectamente!

    "¡Eres tú!", exclamó ella feliz.
    "Sí, soy yo", respondió él sonriendo.

    Se casaron y fueron muy, muy felices. El Hombre Oso, que ya no era un oso, había aprendido que la verdadera belleza está en el corazón y que la bondad siempre tiene su recompensa. ¿Y las hermanas mayores? Se enfadaron tanto de envidia que se pusieron verdes, casi tanto como la capa de aquel hombre misterioso del bosque. Y dicen que ese hombre de verde se frotó las manos, porque aunque perdió un alma, ¡había ganado dos! Pero esa, quizás, es otra historia.

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