El duende en la botella
Cuentos de los Hermanos Grimm
En el corazón de un bosque frondoso, donde los árboles susurraban secretos al viento, vivía un leñador muy pobre con su único hijo. El hijo era un muchacho listo y soñaba con ir a la universidad, pero ¡ay!, el dinero apenas alcanzaba para comer.
Un día, el padre le dijo con cara de pena: "Hijo mío, me temo que tendrás que dejar tus estudios y ayudarme a cortar leña. Ya no puedo pagarte la escuela".
Al muchacho se le encogió un poquito el corazón, pero entendió. Al día siguiente, tomó su hacha y se fue al bosque. Mientras trabajaba cerca de un roble viejo y grandote, escuchó una vocecita que salía de entre las raíces.
"¡Eh, tú! ¡Aquí abajo! ¡Ayúdame a salir!"
El muchacho se agachó y, después de escarbar un poco la tierra, encontró una botella de vidrio, ¡bien tapada con un corcho! Dentro, algo pequeñito y brillante se movía.
"¡Soy yo!", dijo la vocecita desde la botella. "¡Un espíritu poderoso! ¡Si me sacas, te daré tanto oro que no sabrás dónde guardarlo!"
El muchacho pensó: "Oro... ¡eso sí que me vendría bien para estudiar!". Así que, con cuidado, quitó el corcho.
¡Puf! De la botella salió un humo espeso que empezó a crecer y crecer, ¡hasta convertirse en un gigante enorme con ojos que echaban chispas!
"¡Ja, ja, ja!", rio el gigante con voz de trueno. "¡Qué tonto eres! ¡Por tenerme encerrado tanto tiempo, ahora te voy a retorcer el pescuezo!"
El muchacho se llevó un susto de muerte, ¡pero era más listo que el hambre! Se cruzó de brazos y dijo con calma: "No te creo. Eres demasiado grande. Es imposible que cupieras en esa botella tan chiquitita. Seguro me estás engañando".
El gigante, muy ofendido, frunció el ceño. "¿Que no quepo? ¡Claro que quepo! ¡Mira y aprende, mocoso!". Y ¡zas!, el gigante se encogió, se hizo chiquito, chiquito, y se metió de nuevo en la botella.
¡Más rápido que un rayo, el muchacho agarró el corcho y tapó la botella con fuerza!
"¡Ay, no! ¡Me has engañado!", gritó el espíritu desde dentro, muy enfadado. "¡Sácame de aquí, por favor! ¡Te prometo que esta vez sí te daré un tesoro de verdad, sin trucos!"
El muchacho no se fiaba mucho. "¿Y cómo sé que no me vas a romper el cuello esta vez?"
"Te daré algo mucho mejor que el oro", dijo el espíritu, con voz más suave. "Te daré un trocito de tela mágica. Si frotas un lado contra cualquier metal, lo convierte en plata pura. Y si frotas el otro lado sobre una herida, ¡la cura al instante!"
Eso sonaba mucho mejor. "Está bien", dijo el muchacho. "Pero primero, dame esa tela".
El espíritu, refunfuñando un poco, pasó un pequeño trapito por el cuello de la botella. El muchacho lo tomó.
Entonces, con mucho cuidado, volvió a quitar el corcho. El gigante salió, esta vez sin hacer tanto escándalo. Miró al muchacho, dijo un "Gracias" entre dientes y desapareció entre los árboles como una ráfaga de viento.
El muchacho, lleno de curiosidad, tomó su hacha de hierro y frotó un lado de la tela mágica contra ella. ¡Chas! Al instante, el hacha se volvió de plata brillante y reluciente. ¡Funcionaba!
Vendió el hacha de plata por un montón de monedas de oro. Con ese dinero, pudo volver a la universidad y estudiar para ser el mejor doctor del reino. Y si alguna vez alguien se hacía un rasguño o una herida grande, el muchacho sacaba su tela mágica, frotaba el lado curativo y ¡listo!, la herida desaparecía como por arte de magia.
Así, el hijo del leñador se convirtió en un doctor muy famoso y querido, y junto a su padre, nunca más volvieron a pasar necesidades, todo gracias a su astucia y a un espíritu un poco gruñón encerrado en una botella.
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