Juan el jugador
Cuentos de los Hermanos Grimm
Imaginen a un muchacho llamado Hans. A Hans le encantaba una cosa más que nada en el mundo: ¡jugar! Jugaba a las cartas, a los dados, a cualquier cosa que tuviera que ver con la suerte. Pero Hans no siempre tenía suerte, y un día, ¡puf! Se quedó sin nada de dinero, ni una monedita.
Una tarde, mientras Hans estaba triste en su casa vacía, llamaron a la puerta. Eran dos viajeros cansados. Uno parecía muy sabio y amable, y el otro tenía una gran barba blanca. ¡Eran el buen Dios y San Pedro, disfrazados! Hans, aunque no tenía casi nada, les ofreció lo poco que le quedaba para comer y un lugar para descansar.
A la mañana siguiente, antes de irse, el viajero sabio le dijo: "Hans, por tu amabilidad, te concederemos tres deseos. Pide lo que quieras".
Hans pensó y pensó. Primero dijo: "Quiero unas cartas con las que siempre gane".
"Concedido", dijo el viajero. "¿Y el segundo?"
"Unos dados con los que siempre gane", pidió Hans.
"Concedido también. ¿Y el tercero?"
Hans miró un árbol frutal en su jardín y sonrió. "Quiero que cualquiera que suba a ese árbol no pueda bajar sin mi permiso".
Los viajeros se miraron un poco extrañados, pero dijeron: "Concedido". Y se marcharon.
Con sus cartas y dados mágicos, Hans volvió a jugar y ¡ganó muchísimo dinero! Se compró una casa grande y vivía como un rey.
Pasaron los años, y un día, alguien llamó a la puerta. Era una figura alta y delgada, con una capa oscura y una guadaña. ¡Era la Muerte!
"Hans", dijo la Muerte, "ha llegado tu hora. Vengo a llevarte".
Hans, que era muy astuto, dijo: "Claro, claro, pero antes de irnos, ¿podrías hacerme un último favor? Mira qué manzanas tan rojas y jugosas hay en mi árbol. Sube y tráeme una para el camino, por favor".
La Muerte, que nunca había visto manzanas tan bonitas, pensó que no perdía nada. Subió al árbol y cogió una manzana. Pero cuando quiso bajar... ¡no podía! Estaba pegada a la rama.
"¡Hans, déjame bajar!" gritaba la Muerte.
Hans se rio. "Solo si prometes no llevarme por muchos, muchos años".
La Muerte, enfadada pero sin opción, tuvo que prometerlo. Hans la dejó bajar y la Muerte se fue refunfuñando.
Así, Hans vivió muchos años más. Pero la Muerte no se olvidó. Cuando pasaron esos años, volvió.
"Hans, ahora sí, se acabó el tiempo", dijo la Muerte.
Hans suspiró. "Está bien, pero déjame rezar una última oración".
Mientras rezaba, Hans se sentó debajo de su árbol mágico. La Muerte, impaciente, se apoyó en el tronco. ¡Y quedó pegada al árbol otra vez!
"¡Otra vez no!" gritó la Muerte.
Hans la tuvo allí siete años. Durante ese tiempo, nadie en el mundo se moría. La gente se ponía muy, muy vieja, pero no se iba.
Finalmente, el buen Dios vio que las cosas no estaban bien y le dijo a Hans que dejara bajar a la Muerte. Hans obedeció, y la Muerte, muy enfadada, se lo llevó inmediatamente.
Hans llegó a las puertas del Cielo. San Pedro estaba allí.
"Tú eres Hans el jugador, ¿verdad? Aquí no entran los jugadores", dijo San Pedro, y le cerró la puerta.
Hans se fue triste. Probó en la puerta del Purgatorio, pero tampoco lo querían allí.
Así que, sin más remedio, fue a la puerta del Infierno. El Diablo estaba feliz de verlo. "¡Pasa, pasa! ¡Aquí siempre hay sitio para un jugador como tú!"
Pero Hans dijo: "Un momento. Antes de entrar, juguemos una partida. Si yo gano, me dejas llevarme algunas almas de aquí. Si tú ganas, me quedo para siempre".
El Diablo, que se creía muy listo y le encantaban los juegos, aceptó. Sacaron las cartas y los dados, ¡y Hans, con sus objetos mágicos, ganó y ganó! Se llevó un montón de almas que estaban sufriendo en el Infierno.
Con todas esas almas rescatadas, Hans volvió a la puerta del Cielo.
San Pedro seguía sin querer abrirle. "Ya te dije que los jugadores no entran".
Entonces Hans tuvo una idea. Sacó sus cartas mágicas y las tiró por una rendija de la puerta del Cielo. "¡Miren qué cartas tan buenas!" gritó.
San Pedro y los otros santos, curiosos, se asomaron y empezaron a jugar con ellas. ¡Les encantaron! Mientras estaban todos distraídos jugando, ¡zas! Hans se coló dentro del Cielo.
Y dicen que, aunque al principio San Pedro se enfadó un poco, al final dejó que Hans se quedara. Después de todo, había usado su astucia para hacer algo bueno también, como rescatar almas del Infierno. Y quizás, solo quizás, a San Pedro también le gustó probar esas cartas mágicas de vez en cuando.
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