• Hans el afortunado

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    Después de siete largos años de trabajo duro, ¡por fin llegó el día! Hans, un muchacho alegre y trabajador, recibió su paga: ¡un trozo de oro tan grande como su cabeza! "¡Qué maravilla!", pensó Hans, "¡Con esto podré comprarme lo que quiera!".

    Se despidió de su jefe y emprendió el camino a casa de su madre. Pero el oro, aunque brillante, pesaba un montón. Mientras caminaba con dificultad, vio a un hombre montado en un caballo brioso. "¡Qué fácil sería viajar así!", pensó Hans.
    "Buen hombre", le dijo al jinete, "¿No le gustaría cambiar su caballo por este oro tan pesado?".
    El hombre, sorprendido pero astuto, aceptó encantado. Hans se subió al caballo, ¡pero el animal era muy juguetón! Empezó a dar saltos y, ¡zas!, Hans terminó en el suelo.

    Adolorido, Hans vio pasar a un campesino con una vaca. "Una vaca sí que es útil", se dijo. "Da leche, queso, mantequilla... ¡y es más tranquila que este caballo!". Así que le propuso al campesino: "¿Qué tal si cambiamos su vaca por mi caballo?". El campesino aceptó.
    Hans intentó ordeñar la vaca, pero ¡muuu!, la vaca no dio ni una gota y casi le da una patada. "¡Vaya!", suspiró Hans. "Esta vaca no es para mí".

    En eso, vio a un carnicero que llevaba un cerdito rosado y gordito. "¡Un cerdo!", exclamó Hans. "¡Eso sí que es bueno! Se puede hacer jamón, salchichas... ¡mucho mejor que una vaca terca!". Y le ofreció al carnicero: "¿Le cambio mi vaca por su cerdito?". El carnicero, viendo una buena oportunidad, dijo que sí.
    Hans siguió su camino con el cerdito bajo el brazo, pero el animalito no paraba de chillar y moverse.

    Más adelante, se encontró con un muchacho que llevaba una oca blanca y hermosa. "¡Qué oca tan elegante!", pensó Hans. "Sus plumas servirán para una almohada suave y su carne asada debe ser deliciosa. ¡Y seguro que es más fácil de llevar que este cerdo ruidoso!". Así que le dijo al muchacho: "¿Te cambio mi cerdo por tu oca?". El muchacho aceptó el trato.
    Hans cargó la oca, pero después de un rato, ¡también empezó a pesarle!

    Cansado, vio a un afilador de tijeras trabajando con su piedra de afilar. "¡Una piedra de afilar!", se iluminó Hans. "Eso sí que es práctico. Siempre se necesita afilar algo y no pesa tanto como una oca". Le propuso al afilador: "¿Me cambia su piedra de afilar por mi oca?". El afilador, pensando que la oca valía más, aceptó rápidamente.
    Hans tomó la piedra, pero ¡ay!, era más pesada de lo que parecía. Con cada paso, la piedra parecía volverse más y más pesada.

    Finalmente, llegó a un pozo, muerto de sed. Dejó la piedra de afilar en el borde para poder inclinarse y beber agua fresca. Pero, por un descuido, la piedra resbaló y ¡plof!, cayó al fondo del pozo.
    Hans se quedó mirando el pozo. Luego, se echó a reír. "¡Qué suerte tengo!", exclamó. "Primero el oro pesado, luego el caballo saltarín, la vaca que no daba leche, el cerdo chillón, la oca pesada y ahora esta piedra inútil que se ha ido al fondo del pozo. ¡Por fin no tengo nada que cargar! ¡Soy el muchacho más afortunado del mundo!".
    Y así, ligero como una pluma y con una sonrisa de oreja a oreja, Hans llegó feliz y contento a casa de su madre, sin ninguna carga y sintiéndose el ser más libre y afortunado de todos.

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