• El compadre divertido

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    Juan había trabajado con todas sus fuerzas durante siete años enteros. Cuando por fin terminó su tiempo, su jefe le dijo: "Juan, has sido un gran trabajador. Como recompensa, toma esta pepita de oro. ¡Es tan grande como tu cabeza!"

    Juan, más contento que unas castañuelas, se echó el oro al hombro y emprendió el camino a casa de su mamá. El oro pesaba un montón, y Juan sudaba la gota gorda. De pronto, vio a un señor montado en un caballo que trotaba alegremente. "¡Ay!", pensó Juan. "Qué fácil sería ir a caballo en vez de cargar este oro tan pesado".

    Así que le dijo al jinete: "Señor, ¿le gustaría cambiar su caballo por mi oro?". El hombre, que no era tonto, aceptó al instante. Juan se subió al caballo, ¡pero el caballo era muy juguetón! Empezó a dar saltos y, ¡cataplum!, Juan acabó en el suelo. "Uf, este caballo es demasiado revoltoso para mí", se dijo Juan.

    Justo entonces, pasó un campesino llevando una vaca. "¡Una vaca!", pensó Juan. "Eso sí que es útil. Me dará leche fresca, queso, mantequilla... ¡mucho mejor que un caballo saltarín!". Y cambió el caballo por la vaca.

    Juan intentó ordeñar la vaca, pero la vaca no quería dar ni una gota de leche y, además, ¡tenía mucha sed! "Vaya", suspiró Juan. "Esta vaca no me da leche y yo me muero de sed".

    Siguió caminando y se encontró con un carnicero que llevaba un cerdito. "¡Un cerdo!", exclamó Juan. "Con un cerdo se pueden hacer salchichas y jamón. ¡Qué rico! Y no necesito preocuparme por la leche". Así que cambió la vaca por el cerdo.

    Iba Juan muy feliz con su cerdito, cuando un muchacho le paró. "Oye", le dijo el muchacho, "ese cerdo parece robado. Si te ven con él, ¡pensarán que eres un ladrón!". Juan se asustó mucho. Por suerte, el muchacho llevaba una oca gorda y blanca. "Una oca es perfecta", pensó Juan. "Puedo asarla para cenar y con sus plumas me haré una almohada blandita". Y cambió el cerdo por la oca.

    Contento con su oca, Juan llegó a un pueblo. Allí vio a un afilador de cuchillos trabajando con una piedra de afilar grande y redonda. El afilador le contó que con esa piedra podía ganar mucho dinero afilando herramientas. "¡Qué idea tan buena!", pensó Juan. "Con esta piedra, siempre tendré trabajo y dinero". Y cambió la oca por la piedra de afilar.

    Pero, ¡ay!, la piedra de afilar era pesadísima. A Juan le dolían los brazos y la espalda. Se sentó junto a un pozo para descansar. Tenía mucha sed y, al inclinarse para beber, ¡zas!, la pesada piedra se le resbaló de las manos y cayó al fondo del pozo con un gran "plof".

    Juan miró dentro del pozo. Al principio se quedó un poco triste, pero luego empezó a reír. "¡Qué suerte tengo!", exclamó. "Esa piedra era tan pesada y me estaba cansando mucho. Ahora no tengo que cargar nada. ¡Soy el chico más libre y feliz del mundo!".

    Y así, sin oro, ni caballo, ni vaca, ni cerdo, ni oca, ni piedra de afilar, pero con el corazón ligero como una pluma, Juan llegó a casa de su mamá, sintiéndose el muchacho más afortunado de todos.

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