El viejo abuelo y el pequeño nieto
Cuentos de los Hermanos Grimm
En una casita rodeada de flores, vivía un abuelito muy, muy mayor. Sus manos temblaban un poquito, como las hojas de un árbol con el viento, y a veces, ¡zas!, se le caía la sopa. Sus ojos ya no veían tan bien como antes, y sus oídos a veces se hacían los sordos cuando le hablaban.
El abuelito vivía con su hijo y la esposa de su hijo, Marta. Ellos no siempre tenían mucha paciencia.
"¡Ay, papá, otra vez manchaste el mantel!", decía el hijo con un suspiro.
"¡Y mira cómo tiemblas!", añadía Marta, frunciendo un poco la nariz.
Un día, decidieron que el abuelito comería solito en un rincón, detrás de la estufa, para que no molestara tanto. Y en lugar de su plato bonito de loza, le dieron un cuenco de madera, uno baratito, por si se le caía y se rompía.
El abuelito se sentía un poco triste, comiendo allí solito, y a veces una lagrimita se le escapaba y caía en su sopa.
Su nietecito, un niño listo y de ojos curiosos llamado Luisito, veía todo esto sin decir nada. Miraba cómo su abuelo comía en el rincón, y miraba el cuenco de madera.
Un día, después de comer, Luisito estaba en el suelo, muy concentrado, juntando pedacitos de madera.
"¿Qué haces, Luisito?", preguntó su papá.
"Estoy haciendo un pequeño comedero, papá", respondió el niño sin levantar la vista.
"¿Un comedero? ¿Para qué?", preguntó la mamá, acercándose.
"Es para que tú y mamá comáis en él cuando seáis viejitos, como el abuelo", dijo Luisito con toda naturalidad, mostrándoles una pequeña tabla que intentaba ahuecar.
El papá y la mamá se miraron. De repente, sus caras se pusieron rojas, rojas como tomates. Sintieron una vergüenza muy grande y entendieron lo mal que habían tratado al abuelito. Se dieron cuenta de que no estaban siendo nada amables.
Desde ese día, el abuelito volvió a comer en la mesa con todos. Le pusieron su plato bonito y le ayudaban con cariño. Y si se le caía un poquito de sopa, ¡no pasaba nada! Alguien limpiaba con una sonrisa.
Luisito sonreía también, porque sabía que su pequeño comedero de madera ya no haría falta. Y todos aprendieron que querer y cuidar a los abuelos es lo más importante y bonito del mundo.
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