El Amado Rolando
Cuentos de los Hermanos Grimm
En una casita pintoresca, al borde de un bosque frondoso, vivía una joven muy dulce llamada Lilia. Pero ¡ay! su madrastra era una bruja un poco gruñona y tenía una hija propia, Fea, que no era ni la mitad de amable que Lilia. Lilia tenía un amigo muy especial, un muchacho valiente llamado Rolando.
Un día, la madrastra bruja decidió que ya no quería a Lilia cerca. Le dijo a su hija Fea: "Esta noche, tú dormirás donde duerme Lilia, y yo me encargaré de ella". Pero Lilia, que era lista, escuchó el plan. Cuando llegó la noche, Lilia convenció a Fea para que cambiaran de sitio en la cama. ¡Pobre Fea! La bruja, sin ver bien en la oscuridad, pensó que era Lilia y... bueno, digamos que Fea tuvo un susto muy, muy grande y no se despertó más.
Lilia corrió a buscar a Rolando. "¡Rolando, tenemos que escapar! ¡Mi madrastra viene detrás!" Y así huyeron. Pronto oyeron los pasos de la bruja. "¡Rápido, Rolando!" gritó Lilia. "Conviérteme en un estanque y tú sé un patito que nada en él". ¡Zas! Se transformaron. La bruja llegó, vio el estanque y el patito, y pensó: "Aquí no están", y siguió de largo.
Pero la bruja era astuta y se dio cuenta. Volvió a perseguirlos. "¡Oh, no, Rolando, nos alcanza!" dijo Lilia. "Ahora, conviérteme en la flor más bonita de un jardín y tú sé un músico que toca el violín al lado". ¡Plaf! Nueva transformación. La bruja vio al músico y la flor, y dijo: "Qué música tan bonita, pero mis fugitivos no están aquí". Y se fue otra vez.
¡Pero la bruja no se rendía! "¡Ya viene de nuevo!" suspiró Lilia. "Esta vez, yo seré una piedra roja en el camino y tú una iglesia muy alta. Cuando ella pregunte, dile que sí, que nos viste pasar". ¡Chas! Transformados. La bruja llegó a la iglesia y le preguntó a Rolando (que parecía el sacristán): "¿Has visto a dos jóvenes corriendo?" "Sí", dijo Rolando-iglesia, "pasaron hace un momento". La bruja, furiosa por no alcanzarlos y cansada, se sentó en la piedra roja. ¡Pero la piedra era mágica! La bruja se quedó pegada, ¡y no pudo moverse más! Así se libraron de ella para siempre.
Contentos, siguieron su camino. Rolando dijo: "Espérame aquí, querida Lilia. Conviértete en una piedra roja para que nadie te reconozca. Iré a mi casa a preparar nuestra boda". Lilia se transformó en una bonita piedra roja. Pero cuando Rolando llegó a su pueblo, otra muchacha le sonrió, y ¡zas!, como por arte de magia, Rolando se olvidó por completo de la pobre Lilia.
Lilia, convertida en piedra, esperaba y esperaba. Estaba muy triste. "Nadie me quiere", pensó. Y de tanta tristeza, se transformó en una flor solitaria. Un pastor que pasaba vio la flor tan bonita y la llevó a su cabaña. ¡Qué sorpresa! Cada mañana, la cabaña aparecía limpia y ordenada, ¡como por arte de magia! La florcita hacía todo.
El pastor no entendía nada. Fue a ver a una anciana sabia del pueblo. "Cuando veas que algo se mueve o hable de la flor", le dijo la anciana, "lanza un pañuelo blanco sobre ella". Al día siguiente, el pastor escuchó a la flor suspirar: "Ay, Rolando, ¿cuándo te acordarás de mí?". ¡Rápido, el pastor lanzó el pañuelo! Y la flor se convirtió de nuevo en la dulce Lilia.
Lilia le contó todo al pastor. Justo entonces, se enteraron de que Rolando iba a casarse con otra chica. Lilia fue a la fiesta de bodas. Cuando todos estaban comiendo y riendo, Lilia empezó a cantar. Cantó sobre una madrastra bruja, sobre fugas y transformaciones en patito, flor y piedra. Cantó sobre un muchacho que la había olvidado.
Mientras cantaba, Rolando la miró. ¡Y de repente, recordó todo! "¡Lilia!", gritó. Corrió hacia ella, la abrazó y le dijo a todos: "¡Ella es mi verdadera novia!". Y así, Lilia y Rolando se casaron y fueron muy, muy felices. La otra novia... bueno, tuvo que buscarse otro novio.
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