El abecedario
Cuentos de Andersen
En una ciudad llena de libros y cachivaches, vivía un señor al que le encantaba encontrar tesoros escondidos. Un día, en un mercado de pulgas, vio un libro muy viejo. ¡Era un libro de ABC! No parecía muy especial por fuera, pero el señor sintió una curiosidad enorme y lo compró por unas pocas monedas.
Cuando el señor llegó a casa y abrió el libro con cuidado, ¡qué sorpresa! Las letras no se estaban quietas en las páginas. La A saltaba y cantaba "¡Aaaaaa, qué aventura!". La B hacía burbujas que decían "B, b, bueno". La C, un poco tímida, se curvaba como un gato y susurraba "Cuidado, que vengo".
El señor se reía mucho. Cada letra tenía su propia personalidad y su propio sonido. La D bailaba un danzón, la E estiraba sus brazos con energía, y la F soplaba como el viento. Era como tener una fiesta de letras en su propia casa. El señor pasaba horas mirando cómo la G gorgoteaba alegremente, la H permanecía en silencio pero sonreía, y la I se ponía muy derechita y orgullosa.
Pero pronto, ¡fue demasiado! Todas las letras querían hablar, cantar y jugar al mismo tiempo. La J saltaba tan alto que casi se salía del libro. La K daba pataditas juguetonas. La L cantaba la-la-la sin parar. ¡Qué alboroto! La M murmuraba, la N negaba con la cabeza, la O rodaba por todas partes como una pelota. El señor no podía ni pensar con tanto ruido. La P protestaba, la Q preguntaba "¿Qué pasa?", y la R hacía un ruido como un motorcito.
"¡Silencio, por favor!", pedía el señor, pero las letras estaban demasiado emocionadas. La S silbaba sin parar, la T daba golpecitos como un tambor, y la U hacía "¡Uuuuh!" como un fantasmita amistoso.
Entonces, el señor tuvo una idea. Con mucho cuidado, tomó unas tijeras pequeñas. No para lastimarlas, ¡claro que no! Sino para darles un pequeño susto y enseñarles a esperar su turno. Les dijo con voz suave pero firme: "Mis queridas letras, me encanta que jueguen, pero necesitamos un poco de orden. Si no aprenden a estar en silencio cuando otra letra habla, tendré que separarlas un poquito para que descansen".
Las letras se miraron entre ellas. La V y la W se abrazaron con un poco de miedo. La X cruzó los brazos, pensativa. La Y bostezó y la Z, que siempre era la última y un poco dormilona, casi se cae de sueño. No querían estar separadas. Así que, poco a poco, aprendieron a escucharse.
Ahora, cuando el señor abría el libro, la A cantaba su canción, luego la B hacía sus burbujas, y así, una por una, cada letra tenía su momento especial para brillar. El libro de ABC seguía siendo mágico y divertido, pero ahora también era un libro muy bien educado, ¡y el señor podía disfrutar de cada letra sin que le doliera la cabeza!
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