• La Señora Trude

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    Existió una vez una chiquilla con una curiosidad más grande que su sombrero. Esta niña siempre quería saberlo todo, ¡absolutamente todo! Un día, escuchó hablar de la Señora Trude, una mujer que vivía en una casa un poco extraña al final del bosque.

    "Dicen que en su casa pasan cosas muy raras", pensaba la niña. "¡Tengo que ir a ver!"

    Cuando le contó a sus padres, ellos se preocuparon mucho.
    Papá dijo: "Hija, no vayas. La Señora Trude no es buena. Hace cosas malas."
    Mamá añadió: "Escucha a tu padre, querida. Es peligroso."

    Pero la niña, ¡ay!, era terca como una mula pequeña.
    "No me pasará nada", dijo, y aunque sus padres le rogaron que no fuera, ella decidió ir de todas formas.

    Así que, un día, la niña se escabulló y caminó hacia la casa de la Señora Trude. Al llegar a la puerta, la niña temblaba un poquito. Tocó. La puerta se abrió sola.

    Dentro, vio primero a un hombre muy, muy verde. "¡Qué verde!" pensó la niña.
    Luego, vio a un hombre completamente rojo. "¡Qué rojo!" se sorprendió.
    Y después, a un hombre todo de amarillo. "¡Cuánto color!" exclamó bajito.

    Finalmente, vio a la Señora Trude. ¡Pero no parecía una señora normal! Parecía hecha de fuego brillante.

    La Señora Trude la miró con sus ojos de llama. "Ah, has venido", dijo con una voz que crujía como la leña. "¿Qué has visto en mi casa, pequeña curiosa?"

    La niña, un poco asustada pero también orgullosa de su aventura, contestó: "Vi a un hombre verde."
    "Ah", dijo la Señora Trude, "ese es mi cazador."
    "También vi a un hombre rojo."
    "Ese es mi carnicero", sonrió la Señora Trude.
    "Y vi a un hombre amarillo."
    "Ese es mi cocinero", dijo ella, acercándose.
    "Y luego", continuó la niña, "la vi a usted, Señora Trude, ¡y parecía toda de fuego!"

    La Señora Trude soltó una carcajada que sonó como un trueno. "¡Ajá! ¡Así que me has visto como realmente soy, la bruja en todo mi esplendor!"
    "¡Qué bien que viniste! Hace tiempo que te esperaba."

    Y antes de que la niña pudiera decir "ay", la Señora Trude la tocó con un dedo chispeante y ¡zas! la convirtió en un tronco de madera.
    Luego, tomó el tronco y lo echó al fuego, donde ardió con fuerza.

    Y así termina la historia de la niña curiosa que no escuchó a sus papás. A veces, es mejor hacer caso, ¿no creen?

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