El señor Korbes
Cuentos de los Hermanos Grimm
Un gallo y una gallina decidieron un día hacer un viaje especial. Construyeron un cochecito muy bonito, y ¿quiénes creen que tiraban de él? ¡Cuatro ratoncitos muy trabajadores!
Salieron muy contentos por el camino. Al poco rato, se encontraron a un gato sentado al sol.
"Miau, ¿a dónde van tan elegantes?", preguntó el gato.
"Vamos de visita a la casa del Señor Korbes", cacareó la gallina.
"¿Puedo ir con ustedes?", maulló el gato.
"¡Claro! Sube atrás, pero no te sientes encima de mí", dijo el gallo. Y el gato saltó al cochecito.
Siguieron su camino y se encontraron una piedra de molino grande y redonda.
"¡Esperen! ¿A dónde van?", preguntó la piedra con voz grave.
"A casa del Señor Korbes", respondieron todos.
"¡Llévame!", pidió la piedra.
"Bueno... pesas un poco, pero sube", dijo la gallina. Con mucho esfuerzo, subieron la piedra al cochecito.
Un poco más allá, vieron un huevo rodando solito.
"¡Cuidado! ¿A dónde van con tanta prisa?", preguntó el huevo.
"A la casa del Señor Korbes", dijeron.
"¡Yo también quiero ir!", dijo el huevo.
"Sube con cuidado, no te vayas a romper", le advirtió el gallo. Y el huevo se acomodó.
Luego se encontraron a un pato que nadaba en un charco.
"Cuac, cuac, ¿qué paseo es este?", preguntó el pato.
"Vamos a ver al Señor Korbes", contestó el gato.
"¡Qué divertido! ¿Me llevan?", pidió el pato.
"¡Sube, sube!", dijeron todos. Y el pato se unió al grupo.
Casi llegando, vieron un alfiler y una aguja descansando en una hoja.
"¡Pst! ¿A dónde van todos juntos?", susurró el alfiler.
"A casa del Señor Korbes", respondieron.
"¡Queremos ir!", dijeron el alfiler y la aguja a la vez.
"Son pequeños, seguro que caben. ¡Suban!", dijo la gallina. Y el alfiler y la aguja se acomodaron.
Finalmente, llegaron a la casa del Señor Korbes. ¡Pero él no estaba! Qué mala suerte... ¿o quizás buena?
Rápidamente, todos buscaron un escondite dentro de la casa.
El gallo y la gallina volaron y se posaron en una viga del techo.
El gato se acurrucó junto a la chimenea, donde todavía quedaban algunas cenizas calientes.
El pato se metió chapoteando en el cubo de lavar la ropa.
El huevo se escondió con cuidado dentro de una toalla doblada.
El alfiler se clavó disimuladamente en el cojín de una silla.
La aguja saltó y se escondió en la almohada de la cama.
Y la pesada piedra de molino... ¡uf, qué esfuerzo! Se las arregló para subir al tejado y se quedó justo encima de la puerta de entrada.
Al rato, llegó el Señor Korbes. Venía cansado y un poco gruñón.
Fue directo a la chimenea para encender el fuego. Al remover las cenizas... ¡Zas! El gato le saltó a la cara, arañándolo y llenándolo de hollín.
"¡Ay, mi cara!", gritó el Señor Korbes. Corrió al cubo de lavar para limpiarse. Metió las manos y... ¡Splash! El pato le salpicó agua fría por todas partes.
"¡Pero bueno!", refunfuñó. Agarró la toalla para secarse y... ¡Crack! El huevo se rompió y le pringó toda la cara con yema pegajosa.
"¡Esto es increíble!", se quejó. Fue a sentarse en su silla favorita para calmarse un poco y... ¡Ayayay! El alfiler le pinchó justo en... bueno, ¡le pinchó!
El Señor Korbes ya no podía más. Enojado, adolorido y pringoso, decidió irse a la cama a descansar. Se tiró sobre la almohada y... ¡Punz! La aguja le pinchó en la mejilla.
¡Esto era demasiado! El Señor Korbes, furioso como nunca, salió corriendo de la casa dando gritos.
Pero justo cuando pasaba por debajo de la puerta para escapar... ¡PUM! La enorme y pesada piedra de molino le cayó encima desde el tejado.
Y ese fue el final del Señor Korbes. Los viajeros miraron desde sus escondites y luego, tranquilamente, siguieron su camino.
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