• Historia de uno que hizo un viaje para saber lo que era el miedo

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un rincón del mundo, no hace tanto tiempo, vivía una familia con dos hijos. El hijo mayor era muy listo y siempre ayudaba en casa, pero el más pequeño, bueno, digamos que era un poco despistado y tenía una curiosa particularidad: ¡no sabía lo que era tener miedo! Nada, pero nada de nada, le hacía temblar.

    Su padre, a veces, suspiraba preocupado: "Ay, hijo mío, ¿cuándo aprenderás a sentir escalofríos?".
    Pero el muchacho solo se encogía de hombros y preguntaba: "¿Escalofríos? ¿Qué es eso?".

    Un día, el sacristán del pueblo, que era un buen hombre, quiso ayudar. Por la noche, se vistió con una sábana blanca, tomó una campana y se escondió en el campanario. Cuando el muchacho pasó por allí, el sacristán empezó a agitar la campana: ¡Din, don, din, don! ¡Uuuuuuh!
    El muchacho miró hacia arriba y gritó: "¡Eh, tú, el del ruido! ¡Baja de ahí o te ayudo a bajar de un empujón!".
    El sacristán, más asustado que el propio muchacho, bajó corriendo y se fue a su casa.

    El muchacho decidió que ya era hora de aprender qué era el miedo, así que se despidió de su familia y se fue a recorrer el mundo. Llegó a una posada donde la gente hablaba en susurros de un castillo encantado.
    "Nadie se atreve a pasar ni una noche allí", decían. "El rey ha prometido la mano de su hija y la mitad de su reino a quien logre desencantarlo pasando tres noches seguidas".
    "¡Perfecto!", pensó el muchacho. "Quizás allí aprenda por fin a temblar".

    Así que se presentó ante el rey y le dijo que quería pasar las tres noches en el castillo. El rey, un poco sorprendido por su valentía (o quizás por su ingenuidad), aceptó.

    La primera noche, el muchacho se sentó junto a la chimenea. De repente, aparecieron unos fantasmas muy grandes jugando a los bolos con calaveras y huesos.
    "¡Qué divertido!", exclamó el muchacho. "¿Puedo unirme?".
    Los fantasmas se miraron extrañados, pero le dejaron jugar. Cuando uno de los "bolos" se rompió, el muchacho, ni corto ni perezoso, tomó un hueso largo y lo talló hasta convertirlo en uno nuevo. Los fantasmas se quedaron tan impresionados que desaparecieron. El muchacho bostezó y se fue a dormir. No había sentido ni un poquito de miedo.

    La segunda noche, mientras estaba calentándose junto al fuego, ¡cataplum!, cayó medio hombre por la chimenea.
    "¡Caramba!", dijo el muchacho. "¿Y la otra mitad?".
    Al poco rato, ¡cataplum!, cayó la otra mitad. Las dos mitades se unieron formando un hombre muy feo que lo miraba con cara de pocos amigos.
    "Si quieres jugar a las cartas, tendrás que ser más amable", le dijo el muchacho. El hombre-fantasma intentó asustarlo, pero el muchacho, que no se inmutaba, le propuso echar una partida. El fantasma, aburrido de no causar terror, se desvaneció en el aire. El muchacho volvió a dormir plácidamente.

    La tercera noche, escuchó unos ruidos y encontró un ataúd. Lo abrió y dentro había un hombre muy viejo y pálido.
    "Pobrecito, debe tener frío", pensó el muchacho. Así que lo sacó del ataúd y lo acercó al fuego para que entrara en calor. De repente, el viejo abrió los ojos, que brillaban con malicia, e intentó agarrar al muchacho por el cuello.
    "¡Ah, no! ¡Eso sí que no!", dijo el muchacho, y agarrando al viejo, lo volvió a meter en el ataúd y lo empujó escaleras abajo. ¡PUM, PUM, PUM!
    En ese instante, se oyó un gran estruendo y todo el castillo se iluminó. ¡El hechizo se había roto!

    A la mañana siguiente, el rey estaba felicísimo. El muchacho se casó con la princesa, que era muy simpática, y se convirtió en príncipe. Tenía un castillo, riquezas, pero... seguía sin saber lo que era el miedo.
    "No es posible", se lamentaba a veces. "¿Nunca sentiré escalofríos?".

    Un día, la princesa, que era muy lista, tuvo una idea. Mientras su esposo dormía profundamente, fue sigilosamente al estanque del jardín, llenó un cubo con agua muy fría y ¡un montón de pececillos! Con mucho cuidado, se acercó a la cama y… ¡ZAS! Le echó todo el cubo de agua fría y peces encima.
    El muchacho se despertó de un salto, tiritando de frío y con peces resbalándole por la pijama.
    "¡BRRRRRR! ¡Q-q-qué fr-frío! ¡Y estos peces! ¡AHORA SÍ!", gritó entre temblores y risas. "¡Ahora sé lo que es temblar! ¡Por fin!".

    Y así, el muchacho que fue por el mundo buscando el miedo, finalmente lo encontró de la forma más inesperada y divertida, y vivió feliz para siempre con su princesa y, de vez en cuando, algún que otro pececito juguetón.

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